viernes, 13 de julio de 2012

Preso de sí mismo


                                         “Los oprimidos, acomodados y adaptados, inmersos en el propio engranaje de la 
                                                           Estructura de dominación temen a la libertad, en cuanto no se sienten
                                                                                                     Capaces de correr el riesgo de asumirla”
                                                                                                                                               Paulo Freire


Por Sebastián Llobet

   Las cadenas estaban adheridas con mucha fuerza a la piedra. Era una cadena de acero con eslabones grandes como brazos y con dureza de cristal. Por lo menos, eran sesenta eslabones por lo que llevaba contado. La cadena rodeaba su cuello con mucha fuerza; suficiente para retenerlo, pero no tanta como para asfixiarlo. 
    La luz no abundaba. Algunos destellos se colaban entre los barrotes mostrando, de manera, confusa la celda en la que se encontraba. Era un lugar pequeño, en el que, con sólo un poco de sol que se trasluciera por la ventana, podía iluminar su propia cárcel por completo. La abertura en forma de ventana, que se veía en lo alto, estaba adornada con barrotes, pero la luz que se filtraba sumada a un pequeño vendaval hacía que el rostro se le empapara de frescor y le diera un poco de vida a ese lugar olvidado.
    El cuarto donde se encontraba, estaba rodeado de piedras apiladas, unas arriba de otras, desgastada y demacradas por los años, reteniendo gente allí. El tiempo allí dentro hizo que se acostumbrara a verlas más grandes y temibles de lo que son, significándolas más allá del tiempo y el espacio. Cuando todo podía darse por perdido, cuando el hábito superaba la lucha y la costumbre abnegaba sus ganas, comenzó a notar que no era tarde.
    Su esfuerzo y sus ansias de búsqueda lo motivaron; le dieron el empujón que anhelaba. Comenzó a surgir una necesidad interna de luchar, de despojarse de esas cadenas que hacían de él un oprimido pasivo ante el propio mundo. Era necesario que pudiera derribar esas paredes que no le permitían transitar libre y despojarse de las cadenas que lo retenían sin su consentimiento. 
    Comenzó a observar los barrotes. Barrotes largo, fuertes y muy bien adheridos a la pared, pero ahora que los observa mejor, esa pared estaba mostrando ser endeble. Los barrotes estaban contenidos con mucha fuerza y la ventana los albergaba, pero la pared que sostenía todo su armazón no era tan fuerte como pensaba.
    De a poco empieza a comprender. Estar en ese pequeño espacio y tener la mirada hacia afuera, sesgada por los barrotes de la pequeña ventana que la celda alojaba, hacía que sólo se pudiera ver en una dirección. Lo que ese pequeño, pero efectivo lugar pretendía era amoldarlo. Sostenerlo dentro de su propia lógica tratando de despojarlo de su propio criterio y sin permitir que se pudiera liberar para tenerlo como único modelo, el que en ese lugar se exigían. 
    El descubrimiento de que tenía la mirada sesgada fue el más importante. Estaba viendo lo que su propio opresor esperaba que viera y reproducía sin darse cuenta su propia lógica, asumiendo un rol que al él no le correspondía. Preguntas sin fin afloraban como un diluvio interminable: “¿Por qué no luchar? ¿Por qué no recuperar lo que me pertenece como derecho de la humanidad? ¿Por qué tolerar la opresión en vez de buscar la libertad?” En ese momento, se dio cuenta que necesitaba todas sus fuerzas y luchar.
    Comenzó a ver a su alrededor. Agarró la cadena que sujetaba su cuello y se dio cuenta que la posibilidad de escapar era nula. Una cadena de acero, fuertemente aferrada a su cuello es lo que le impedía poder escapar. Es el fin, pensó. Pero no fue así, los anhelos de libertad ganaron la batalla, y al observar detenidamente, descubrió que el último eslabón, el fragmento final que lo sujetaba a su propia dominación, estaba aferrado a una pequeña roca. Esa roca era lo que, en todos estos años, lo había dejado prisionero, lo había capturado. Al tener la mirada tan sesgada jamás había logrado verlo, hasta ese día, en el que gracias a su lucha, por haber logrado poner en acciones su pensamiento, pudo destruir la pared que alojaba la ventana con los barrotes y ser más libre de lo que era antes, aunque siempre llevando a rastras la cadena sujeta al cuello, que era la marca que siempre le recordaría la significatividad que tuvo su lucha. 

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