viernes, 28 de mayo de 2010

El Jubilado timbero


Por: Guillermo Anderson

“Pero si algún pingo llega a ser fija el domingo,
yo me juego entero, qué le voy a hacer”.
Alfredo Le Pera


El típico hombre que juega a los caballos cumple a diario una serie de rituales que cumple rigurosamente al pie de la letra: se levanta muy temprano; escucha la radio, mientras se toma unos mates, se pone el saco marrón oscuro que le trajo suerte otras veces antes (porque son muy cabuleros).
Lustra sus zapatos, se calza el sobrero, sale a la calle saluda a los vecinos, charla de política con el diariero, de paso se compra el paquete de cigarrillos y los diarios matutinos para estar informado de los horarios de las carreras.
Se toma el colectivo que lo deja cerca del Hipódromo empieza a caminar hasta el lugar donde se realizan las apuestas, pide un cafe se acomoda en la mesa de siempre cerca de los televisores que muestran simultáneamente las demás carreras que transcurren en barrios de Capital como Palermo, San Isidro entre otras.
Comienza a llenar el lugar boliche de parroquianos que como el comparten la pasión de llevar el juego en la sangre, con su diario debajo del brazo su cara rojiza y la yugular hinchada de pegar gritos por su caballo favorito que esta vez perdió por muy poco cerca de la llegada.
Se enoja se va hasta afuera .Discute con sus compañeros de timba; Vuelve a apostarles mira a cada rato su reloj hace ademanes con sus manos le echa la culpa al gato negro, a la buena y la mala suerte (también son supersticiosos) maldice una vez mas y vuelve a duplicar su apuesta.
Con un ojo atento a los televisores con el otro observa hacia fuera espera oír la campana de largada, durante la previa discute arduamente con sus pares sobre problemas cotidianos que no pagan bien la jubilación y que la plata nunca alcanza para llenar la olla son las quejas que mas se oyen por esos lugares.
Ahora se levanta de la silla, camina algunos pasos hasta la puerta, murmura algunos números no muy claros, se agarra la cabeza la mueve de derecha a izquierda aprieta su sombrero con sus puños apretados se compenetra en el juego de una manera que solo se podría comparar con un plateista de algún equipo de fútbol.
Avisan los altoparlantes que en minutos comienzan a correr los caballos, a si que junto a los demás asistentes se agolpan en las boleterías donde se realizan las apuestas y encara para los lugar por donde se puede visualizar mejor la carrera saca sus binoculares para tener un mayor seguimiento.
Suena las campanas y largan a toda velocidad un grupo de caballos, que son alentados desde las tribunas de cemento por el grito ronco y grave de este hombre que como otros tantos se juegan la vida (o su jubilación) en cada carrera.
Esta vez gano su caballo elegido a si que sonriente pega un salto mientras el resto con caras largas ven perder sus ilusiones de llevar unos pesos mas para casa, igualmente recoge el dinero que obtuvo(no le fue tan mal) vuelve al bar pide un trago se sienta un rato ahora mas aliviado saca de los bolsillos una libretita un par de papeles, boletas y volantes se termina de beber lo pedido y se retira silbando bajo mientras se va mira un cartel grande que advierte “Jugar compulsivamente es perjudicial para la salud Ley Nº…..”Larga una leve sonrisa y sigue su camino para el Casino más cercano a continuar la buena racha.

martes, 11 de mayo de 2010

Aquellas pequeñas cosas

Por Joan Manuel Serrat



Uno se cree

que las mató

el tiempo y la ausencia.

Pero su tren

vendió boleto

de ida y vuelta.



Son aquellas pequeñas cosas,

que nos dejó un tiempo de rosas

en un rincón,

en un papel

o en un cajón.



Como un ladrón

te acechan detrás

de la puerta.

Te tienen tan

a su merced

como hojas muertas



que el viento arrastra allá o aquí,

que te sonríen tristes y

nos hacen que

lloremos cuando

nadie nos ve.