lunes, 6 de julio de 2015

Sombra de Gato






Autor: Kevin Alexander Jwanczyk


Las frías calles de la ciudad, desoladas en la noche, planteaban ideas de fantasía y miedo. No se escuchaba ningún ruido en las veredas, era raro que alguien anduviera caminando por ahí ya que las historias que rondan la ciudad asustan a cualquiera.
Todos los viernes llegaba un nuevo cargamento al puerto, principalmente mercancías para los locales o algún mensaje para los administradores de la ciudad. Ese viernes, entre los trabajadores del puerto, había una cara poco común: la del relojero. Eso a nadie le importó pues casi siempre había algún borracho o una persona buscando algún paquete.
El relojero, que estaba sentado en una banca, era una de las personas más reservadas del pueblo. Se dispuso a atender su local sin salir de su casa, eran raros los momentos en los que se le podía ver caminando por las calles. Parecía no importarle la lluvia que se había dispuesto a caer, el simplemente siguió esperando el cargamento que se estaba desembarcando.
Una hora después, seguía sentado en el mismo lugar, empapado con un saco largo hasta las rodillas y un sombrero negro. Se disponía a irse pero en el momento que se levantaba, un hombre con voz ronca lo llamo a la cabina del puerto. Sin dudarlo, él se paró y se fue hacia él.
Al entrar en el pequeño cuarto vio dos hombres, uno sentado, con una boina, un tatuaje en el brazo derecho y un whisky en la mano, otro parado con un abrigo, sostenía entre sus manos una lista.
 ¿Usted es Mario Mayer?- Dijo el marinero parado.
- Si soy yo- Dijo el relojero con una voz serena- Vengo a buscar un paquete que me enviaron de la capital.
 El hombre de boina se paró, se arremangó, y tomó una caja que estaba detrás de su silla y se la llevó hasta el relojero.
-Son cinco pesos.- Mario sacó de su bolsillo su billetera y les pagó, sin nada más que decir, caminó por las calles acompañado de la lluvia y un fuerte olor a pescado.
Empezó a advertir una silueta detrás de la suya, esto no lo alarmó hasta que empezó a notar que lo perseguía, mientras el apresuraba el paso la sombra lo acosaba. Su corazón se precipitaba latiendo cada vez más rápido, revisó su reloj para ver la hora, las dos cuarenta, la relojería estaba a dos cuadras.
En un momento, cansado por esa persecución se dio vuelta de un giro, al alzar la cabeza no vio nada. De repente un ruido salió de debajo de sus piernas.
Era un gato negro. Ese era el perseguidor. Un gato negro que se había sentido atraído por el olor a pescado. El relojero agarró el gato con la mano desocupada y noto un pequeño reloj que colgaba de su cuello, lo alzó para  llevarlo a su casa. Con paso calmado siguió caminado hasta la relojería.
Al llegar, bajó al gato y el paquete que traía a cuestas,  tomó de su saco las llaves, abrió la puerta y el gato entró, levantó el paquete del suelo e ingresó, al cerrar la puerta miró por la ventana y vio que  un hombre lo miraba fijamente desde la esquina,  pero enseguida se marchó, aliviando las sospechas de Mario.
Ya en casa se sacó el abrigo y lo colgó en el ropero,  percibió al gato, que se había tirado al lado de la chimenea y pensó que él debería hacer lo mismo. Ya tirado en su sillón favorito y cansado por el susto que le había dado el gato, miró la hora: tres y cinco. Inesperadamente,  escuchó un ruido que venía de la tienda. Alarmado cogió su revólver de entre las cosas que estaban en su escritorio. Al entrar  todos los relojes estaban parados, advirtió que la puerta retumbaba, la había dejado abierta, se acercó y temerosamente la cerró. Cuando dio la vuelta el gato se paró en frente de él, extrañamente su reloj era el único que se guía andando, tenía una mirada fría, profunda, con un suspiro Mayer lo acarició y se propuso dormir.
Repentinamente un ruido vino de la sala, asustado empuño su revólver y fue allí. La puerta se cerró con un estruendo terrible, se giró y vio al gato, lo miraba fijamente, se trató de alejar moviéndose a los costados de la tienda hasta llegar a la puerta, intentó abrirla pero estaba cerrada…el gato seguía ahí mirándolo y el reloj en su cuello sonaba cada vez más fuerte, retumbaba en toda la habitación, un frio tomo todo su cuerpo. Respiró, se tocó la cabeza y empezó a caminar alrededor del gato y con más miedo cada vez, fue hasta la ventana para pedir ayuda, al llegar distinguió a un hombre, el mismo que estaba en la esquina, lo miraba persistentemente. El reflejo del gato en la ventana mostraba una sombra detrás de él, que precipitosamente crecía con cada tic-tac del reloj del gato… Lo último que se escuchó esa noche desde la relojería fue un grito.
A las pocas horas arribó la policía, sólo se encontró sangre, un revolver y un paquete vacío junto a la puerta.