sábado, 26 de diciembre de 2009

Padre Nuestro

Por Fabulosos Cadillacs

Me estas consumiendo, me estas malgastando
Me estas desesperando y me arrodillo por vos
Me estas confundiendo, me estas caminando
Y estas resecando, Ay Señor, mi corazon
Quiero ver amanecer,
Pero del otro lado ver amanecer
Pero alguien se queda aqui para
saber si yo sigo vivo
Por eso quiero ver amanecer,
Pero del otro lado ver amanecer
Pero alguien se queda aqui
Para saber si yo sigo vivo

Tengo el alma escapada,
La conciencia mareada
Mi vida esta tan cansada,
De buscar tu perdon
Vengo volando muy bajo,
Buscando algun claro donde descansar
Es que ma vengo bandeando,
Me estoy cayendo de tanto esperar.

Cielo bonito devuelve mi alma,
Cielito yo te pido otra oportunidad
Cielo no me hundas, no me desmorones
Cielito no me dejes sin saber la verdad.
Quiero ver...

Me escapé de mi casa
me escapé de mi amor
pero nadie se escapa
de tu mano señor
Quiero ver amanecer

sábado, 19 de diciembre de 2009

Canción para un niño en la calle


Por Armando Tejada Gómez - Ángel Ritro
A esta hora exactamente,
Hay un niño en la calle...
¡Hay un niño en la calle!

Es honra de los hombres proteger lo que crece,
Cuidar que no haya infancia dispersa por las calles,
Evitar que naufrague su corazón de barco,
Su increíble aventura de pan y chocolate
Poniéndole una estrella en el sitio del hambre.
De otro modo es inútil, de otro modo es absurdo
Ensayar en la tierra la alegría y el canto,
Porque de nada vale si hay un niño en la calle.

Todo los tóxicos de mi país
A mí me entran por la nariz
Lavo autos, limpio zapatos
Huelo pega y también huelo paco
Robo billeteras pero soy buena gente
Soy una sonrisa sin dientes
Lluvia sin techo, uña con tierra
Soy lo que sobro de la guerra
Un estómago vacío
Soy un golpe en la rodilla que se cura con el frío
El mejor guía turístico del arrabal
Por tres pesos te paseo por la capital
No necesito visa pa’ volar por el redondel
Porque yo juego con aviones de papel
Arroz con piedra, fango con vino
Y lo que me falta… me lo imagino

No debe andar el mundo con el amor descalzo
Enarbolando un diario como un ala en la mano
Trepándose a los trenes, canjeándonos la risa,
Golpeándonos el pecho con un ala cansada.
No debe andar la vida, recién nacida, a precio,
La niñez arriesgada a una estrecha ganancia
Porque entonces las manos son inútiles fardos
Y el corazón, apenas, una mala palabra.

Cuando cae la noche duermo despierto
Un ojo cerrado y el otro abierto
Por si los tigres me escupen un balazo
Mi vida es como un circo pero sin payasos
Voy caminando por la zanja
Haciendo malabares con cinco naranjas
Pidiendo plata a todos los que pueda
En una bicicleta de una sola rueda
Soy oxígeno para este continente
Soy lo que descuido el Presidente
No te asustes si tengo mal aliento
O si me ves sin camisa
Con las tetillas al viento
Yo soy un elemento más del paisaje

Los residuos de la calle son mi camuflaje
Como algo que existe, que parece de mentira
Algo sin vida, pero que respira

Pobre del que ha olvidado que hay un niño en la calle,
Que hay millones de niños que viven en la calle
Y multitud de niños que crecen en la calle.
Yo los veo apretando su corazón pequeño,
Mirándonos a todas con fábula en los ojos.
Un relámpago trunco les cruza la mirada,
Porque nadie protege esa vida que crece
Y el amor se ha perdido, como un niño en la calle.

A esta hora exactamente,
Hay un niño en la calle...
¡Hay un niño en la calle!

viernes, 18 de diciembre de 2009

Himno a la belleza

Por Charles Baudelaire

¿Bajas del hondo cielo o emerges del abismo,
Belleza? Tú mirada infernal y divina
Confusamente vierte crimen y beneficio,
Por lo que se podría al vino compararte.

Albergas en tus ojos  al poniente y la aurora,
Cual tarde huracanada exhalas tu perfume;
Son un filtro tus besos y un ánfora tu boca               
Que hacen cobarde al héroe y al niño valeroso

¿Del negro abismo emerges o bajas de los astros?
Como un perro el Destino sigue ciego tu falda,
Al azar vas sembrando  el luto y la alegría
Y todo lo gobiernas sin responder de nada.

Caminas sobre muertos, belleza y de ellos ríes;
El horror, de tus joyas no es la menos hermosa
Y el crimen, entre todas tus costosas preseas
Danza amorosamente sobre el vientre triunfal.

La aturdida falena vuela hacia ti candela,
Crepita, estalla y grita:¡Bendigamos la llama!
El amante; jadeando sobre su bella amada,
Semeja un moribundo que su tumba acaricia.

Que tu llegues del cielo o el infierno, ¿Qué importa?
Belleza, inmenso monstruo, pavoroso e ingenuo,
Si tu mirar, tu risa, tu pie, me abren las puertas
De un infinito que amo y nunca conocí

Satánica o divina, ¿que importa? Ángel, Sirena,
¿Qué importa? si tu vuelves –hada de ojos de raso,
Resplandor, ritmo, aroma,¡oh mi señora única!
Menos odioso el mundo, más ligero el instante.

                                                    
                                                               

sábado, 12 de diciembre de 2009

El sueño piquetero de Darío Santillán




Por: Martín Azcurra

En pocos años, un simple pibe de barrio atormentado por las injusticias sociales encarna el sueño de otras generaciones. ¿Qué dejó y qué tomó para emprender ese camino? ¿Cómo era el trabajo cotidiano detrás del piquete? Una historia de vida y militancia como otras, que nos muestra que la mecha revolucionaria sigue encendida.


1. Mientras tarareaba una canción de Gilda, Teresa escuchó los murmullos de una multitud que se acercaba por una calle lateral. Con sus tímidos 27 años, se sumó excitada a la creciente movilización que poco a poco se convirtió en pueblada en la lejana Cutral-Có. Una represión es una ráfaga. Nadie sabe de dónde viene, quién da la orden, ni cómo terminará. El tiempo ingresa en un agujero negro. Cuando la niebla de los gases empieza a oler a pólvora agria, es el momento de correr. Los pocos que logran vencer el miedo y mantener la calma aunque sea unos segundos evitan desmanes y tragedias. Así fue que vieron a Teresa agarrarse el cuello con las dos manos. Y aunque lo intentaron, no pudieron evitar que se fuera. ¿Cómo se planifica un asesinato político? El cadáver de Teresa cayó en el límite entre el miedo y la furia. Cuando su nombre empezó a flamear sobre cientos de hombres con dignidad, algún funcionario de traje y corbata se rascó la cabeza huesuda y pensó que algo había salido mal.
Recuerdo que, por esa época, los talleres industriales del conurbano bonaerense se cubrieron de polvo. Hombres duros caminaban sobre una tierra árida. Pequeños grupos barriales, todavía con la inocencia democratista de los noventa tuvieron que poner otro cajón de madera en la ronda para un vecino más sin trabajo. Y otro al día siguiente.
En ese tiempo, con unos compañeros periodistas y militantes barriales de la zona sur hicimos una agencia popular de noticias. Después de presenciar enormes asambleas de obreros en las puertas de una fábrica cerrada en Florencio Varela, nos encontramos con grupitos de desocupados de Solano, que discutían qué hacer antes: si pedir trabajo o cambiar el sistema. Uno de los primeros grupos que recuerdo se llamó Teresa Rodríguez, fue un germen (y una mecha) de organizaciones sociales de nuevo tipo que se formaron en el Gran Buenos Aires en la última década.
2. Darío estaba escribiendo “Hermética” con una birome en el pupitre cuando su mente empezó a conspirar contra la directora de la escuela. Con algunos compañeros, llegaron al Centro de Estudiantes y tenían la pretensión de cambiar las cabezas de los alumnos sumisos. Su madre, enfermera de una enorme vocación de servicio, había fallecido hacía poco. Un barrio de trabajadores humildes forjó sus códigos y su solidaridad de clase, que poco a poco fueron mutando en acción revolucionaria. El motor fue el mismo de todos, la crueldad cotidiana a la vuelta de la esquina. En su pieza de sueños infantiles, circulaban ahora libros sobre luchas latinoamericanas y voces de fantasmas. Ahora pienso que un gran error de los milicos fue no permitir la sepultura de las víctimas, porque todavía siguen dando vueltas entre nosotros, desvelándonos con un gran sentimiento de injusticia. Una noche, en una peña, Darío recibió el traspaso de mando. Con un vino de por medio, como agua bendita, el viejo militante le había depositado su herencia, con la energía reparadora que se traga en el exilio. Y justo cuando le habían empezado a causar gracia las discusiones estériles con la directora de la escuela, emergía un nuevo actor en las luchas sociales que atrajeron toda su atención.
Como fuego, otra pueblada hizo temblar el país. En medio de una protesta en la ruta nacional 34, un policía uniformado se acercó al piquete, se corrió el protector del casco y disparó en el rostro de Aníbal, un obrero padre de cinco hijos. Los pobladores de Mosconi y Tartagal no lo podían creer, ni tolerar. Tomaron la comisaría, la empresa de luz, la municipalidad y el diario local. Vacías y con las puertas abiertas, las casas evidenciaban bronca e indignación. El pueblo entero subía, pisando fuerte por el valle, hacia las rutas ensangrentadas. Los ecos de su paso indignado llegaron hasta el corazón de Buenos Aires y le dieron identidad a una nueva fuerza social de la que Darío no quiso estar al margen. La Coordinadora Aníbal Verón crecía al calor de los piquetes y las tomas de tierras.
No bastaron las comodidades que le ofrecía su padre para que se quedara en casa; Darío dejó todo por el MTD de Lanús y se sumó a la toma de seis hectáreas abandonadas del barrio La Fe, en Monte Chingolo. Pensaba instalarse junto con su hermano Leo y contribuir desde allí al fantasma de la revolución social que se acercaba presuroso desde el interior. Noche y día, aguantó tormentas, calor agobiante, chapas que se volaban a mitad de la noche, riñas por el pan y la leche, y sobre todo la espesa tensión por el desalojo inminente. Por todo lo que era Darío, fue el vocero de los pobladores...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº85 - Diciembre 2009)

Autoayuda para corazones rotos


 

Concha Buika acaba de grabar un disco en homenaje a Chavela Vargas y llega a Buenos Aires para presentarlo. Su canto, dice, le sirve para no odiar a quienes le hicieron daño y exorcizar las penas de amor.

Por: Diego Manso
 
Ya no nacen cantantes como Concha Buika. Su intensidad viene de otros tiempos. Pertenece a una raza que ha dado nombres como los de Concha Piquer, La Lupe Yoli u Olga Guillot. Acaba de editar, junto al pianista cubano Chucho Valdés, un disco homenaje a Chavela Vargas, El último trago, que por estos días presenta en Buenos Aires.

-¿De pequeña ya cantaba?

-Yo creo que mi cante empezó antes que mis palabras. En mi casa somos todos muy músicos, muy bailarines y muy cantarines. Mi abuela, por ejemplo, cantaba cuando quería decirle algo a mi madre y no se atrevía a enfrentárselo con la palabra. A veces estábamos en la cocina y mi abuela se ponía a cantar desde la terraza y mi madre decía: "Mira todo lo que me está diciendo". Mi abuela estaba cantándole, pues, lo que quería decirle.

-¿Canciones?

-No, no... ¡Lo que quería decir!

-Lo que quería decir, pero cantando...

-Claro... Entonces yo cantaba de todo. En mi casa siempre hubo tocadiscos y siempre hubo discos y nosotros reproducíamos todo lo que oíamos. Imagínate, éramos africanos que llegaron a una tierra que no entendían, así en aquel momento todo lo que nos viniera era bueno.

-¿Su madre de qué trabajaba?

-Limpiando. Cuando mi papá se marchó limpiaba en hoteles, en casas y así...

-¿A su padre no lo ha vuelto a ver?

-No, no lo volví a ver más. Mi papá se marchó cuando yo tenía nueve años. Era escritor y trabajaba en un banco. Una total contradicción. La suya hubiera sido una vida muy bella si la hubiese sabido vivir. El huyó de Guinea porque era una persona que creía en la libre expresión y en una serie de conceptos que en una dictadura no son posibles. Entonces, como era un incendiario, de izquierdas total, se refugió en Mallorca. Y allí desarrolló su escritura...

-¿Y llegó a editar los libros?

-Sí, claro que editó los libros.

-¿Y dónde está su padre, entonces?

-Pues no lo sé, porque mi papá murió en el presente. Quiso morir en el presente. Yo no creo en el futuro. Y el pasado es tan extraño y confuso que mitad lo invento; la cabeza funciona de esa manera. Cuando una persona se aleja de ti quiere marcharse de tu presente, no de tus recuerdos ni de la posibilidad de un futuro... Claro el futuro es un invento malicioso y estamos condenados a un presente constante.

-¿Y la esperanza dónde la pone?

-Ese es otro mal invento, porque la esperanza te hace soñar con felicidades futuras, te impide darte cuenta de la caricia del ahora y piensas que es menos de lo que te puede traer la vida. La esperanza es peligrosa si no se la sabe emplear. Un arma de doble filo. La rendición no es siempre propia de cobardes, también es propia de cansados, ¿me entiendes?

-¿Y qué hacemos con la resistencia entonces?

-Ah bueno, pero esa es una condición sin ecuánime del ser humano... Es muy difícil lo del teorizar con el ser, con las esperanzas, porque puedes confundir necesidades con deseos. Por ejemplo, ¿qué conflicto tenemos con la soledad, cuando resulta el lugar desde donde uno se construye? Es vital la soledad y, sin embargo, la tenemos como una gran enemiga. Vemos al desamor como a un monstruo enorme y horrible cuando, en realidad, es el primer paso del amor hacia uno mismo. Hay que tener cuidado con los conceptos aprendidos, porque luego nos convertimos en víctimas abstractas y eso es peligroso, porque nos hace débiles.

-¿Dice que al desamor, entonces, hay que llorarlo todo de pronto y ya?

-Pues llora, coño, si es lo que te pide el cuerpo. Pero normaliza la situación. Que una persona te deje es un hecho asumible. Yo estoy sola, ¿me ves mal?, ¿me pasa algo?, ¿se me ha caído un ojo? ¡No! La putada es estar acompañado y sentirse solo. ¿Estoy sola? Asumible. Nací sola, cago sola, da igual. Estoy sola: partamos de aquí. No empieces a verter sobre la otra persona todo el sinfín de tus miedos, que ya los tenías antes de que apareciera.

-¿Y cómo se relaciona todo esto con cantar las penas de amor?

-Es que utilizas el cante para quitarte la pena. Para solemnizar el dolor. Eso es algo que Chavela Vargas nos enseñó cómo hacer.

-¿Entonces exorciza las penas?

-Las coloco en su sitio. Sacártelas, no te las vas a sacar en tu vida. Hay una cosa que siempre me preguntan acerca de haberle cantado a Chavela: me dicen que cuando escuchan el disco se dan cuenta de que no la copié... Es que yo canto desde mi propia herida abierta, abierta que no sangrante. Abierta para saber adónde no quiero volver.

-¿Adónde no quiere volver?

-Donde ya estuve y no me gustó.

-¿Y qué es eso?

-Donde no me supieron querer, donde fui torpe a la hora de expresarme. Donde no me sentí cómoda. ¿Para qué volver ahí? No hay que dirigirse hacia las mismas cosas que nos han hecho daño. En una secuencia lógica de vida la repetición es un error: nunca ves al mismo pájaro pasar de la misma manera, ni a la misma ola romper en la misma playa. No volvería a nada que me ha hecho daño.

-¿Y su madre vive?

-¡Y colea y canta! Mi madre es el terremoto de Mallorca. Sucede que el cante, en Africa, es un modo de expresión usado por todo el mundo, no sólo por los cantantes. En Africa no existe el concepto de "este canta bien o este canta mal"...

-¿Usted estudió canto?

-Tengo una pequeña pelea con eso: nadie me puede enseñar cómo llorar. Esto que dicen, que te enseñan a utilizar tus cuerdas, que te enseñan a respirar... ¿Qué tontería es esa? Si el cante es la expresión de mis sentimientos, nadie me puede decir cómo hacerlo. Entiendo que si quieres hacer ópera es lógico que necesites una disciplina concreta. Como cantante, creo que, para aprender a cantar, antes tienes que aprender a escuchar. Olvídate de estudiar a otras cantantes, estudia a trompetistas, a saxofonistas, a buenos pianistas...

-Es que los profesores de canto le han hecho mucho daño a la música popular...

-De acuerdo. ¡Hay tantos cantantes confundidos detrás de sus miedos! Luchando por grammys, por lujos, por mogollón de cosas. Les han metido mucho miedo en el cuerpo.

-¿Y qué cantantes le gustan?

-Todos. Los músicos no sabemos nada de música, no tenemos ni puta idea. Es quien paga una entrada a un concierto el que sabe de música, el que, después de pagar toda la mierda que nos hacen pagar, se gasta el dinerito que le queda en comprarse un disco. Los músicos somos militantes de la única religión legítima que existe, que es el arte. Somos soldados de un ejército que conspira para que el arte siga siendo la única religión que, de verdad, le sirve a las personas para redimirse, gozar, reír y para descansar un momento. Pero no sabemos nada de música.

-Es la segunda vez que viene a Buenos Aires...

-Pero es la primera vez que tengo conciencia de ello, porque la primera vine muy cansada, en un invierno que no había mucha luz y no vi mucho. Me quedé con dos detalles: la sala en la que actuamos y luego... ¡Es que sois muy cariñosos vosotros! No sé por qué tenéis un mal duende que os hace pensar que caéis mal. Me da rabia esto, porque se os quiere muchísimo... Se escucha mucho la música vuestra, gusta mucho el recuerdo poético que se tiene de vuestra escritura... Mercedes Sosa, por ejemplo...

-¿Llegó a verla en vivo?

-Y me mató cien veces, con cada expresión. No ha habido nadie como ella en la historia... Mercedes era una sabia del paladar, una gran enciclopedia abierta de cómo expresarse, porque lo jodido es cuando no nos sabemos expresar. Guardamos demasiados secretos y nos pesan mucho, tío. Y los secretos son tales por miedo a que no nos entiendan...

-O a que no nos quieran, o a que nos dejen de querer...

-Vale, eso... Es que tú sabes que si te entienden no te dejan. Me puedes decir ahora mismo que te sientes extraño por estar a mi lado o puedes callártelo porque tal vez creas que yo no vaya a comprenderte. Y, en realidad, es un secreto estúpido porque puedes hablar y no pasará nada. Pero, a veces, parece que es tan gordo lo que va a pasar, que nos lo callamos y nos lo tragamos.

-Y eso es cantar, no tragarse las cosas...

-Exactamente, eso es el cante. Cantar puede ser muchas cosas. ¡Contar! El cante es contar.

-¿Y la gente que cuenta bien canta bien?

-La gente que cuenta bien, cuenta bien. El cantar es lo de menos. Nadie creía que yo podía cantar con esta voz.

-¿Con qué voz?

-¡Con la mía! Recuerdo que me encontraba con ex compañeros de clase que me preguntaban: "¿Tú qué haces?" Y yo: "¡Canto!". Y me decían: "¿Con esta voz?" Es que nunca me identificaron por mi voz. Pero bueno, no pasa nada, yo de cantar sé poco, pero tengo algo que contar.

-¿Y a Chavela la ve? ¿Le ha cambiado la vida conocerla?

-Ay, no sé. Es que a mí me recuerda mucho a mi abuela, tenía la misma mala leche.

-¿Y va a grabar con ella?

-Chavela está muy cansadita ya. Lo que hacemos es cantar juntas cuando voy a su casa.

-¿Estuvieron juntas en un escenario?

-No, tampoco... Una vez nos sacó casi a puntapiés, a mí y a la Martirio.

-¿Y después se arrepintió?

-Jamás. Simplemente después le apeteció hacer otra cosa, que fue abrirme los brazos.

-¿Y después de esto qué va a grabar?

-Ya está grabado, pero no sé qué es lo que se va a publicar. Debes tener en cuenta que de los artistas no se sabe lo que hacen, se sabe lo que publican. Grabo mucho, tengo un estudio de grabación en mi casa.

-¿Y compone todo el tiempo?

-Sí, mucho. Compongo para no odiar a nadie.

-¿Cómo es eso?

-Hace unos días me dejó mi chico. El chico con el que estaba desapareció. Yo puedo optar por odiarlo pero, aparte de que no sería justo, puedo ponerlo en una canción y me va a traer dinero. ¿Cómo puedo odiarlo si me he comprado un coche gracias a él? Yo canto para no volverme loca y compongo para no odiar... Mi papá, que es quien me dio la vida, se ha marchado y no lo he vuelto a ver. ¿Me ves mal? Si se marchó mi padre y sobreviví, que una persona de la calle vuelva a su lugar, no pasa nada.

-Pero también ha tomado la decisión de no buscarlo...

-Cada uno sabrá. Yo tengo a mi música que no me abandona.

-Entonces siempre necesitamos algo que no nos abandone...

-Nuestro latido. Tú acuérdate de respirar, que no se te olvide nunca. Además, morir de amor nunca sirvió. Porque siempre llega otro morir que te deja en manos de un tercer morir que luego le cede el paso a un cuarto que amablemente te deja en manos de un quinto que, hoy por hoy, te está matando. A nosotros nos limita la carne, pero tenemos un mundo que existe detrás de los párpados. En ese mundo, ni el cuerpo nos difama ni la distancia nos separa. El amor reina allí. En el mundo de afuera reina el tacto, reinan cosas que te hacen sentir mucho amor y que lo único que hacen es alimentar lo que está dentro. Está peligroso eso de maximizar la figura de la persona que tenemos delante, la convertimos en un ícono tan gigantesco que luego la pinchamos y la pobre persona hace plof.

-Y era una pobre persona...

-Como tú y como yo. Dejémonos respirar un poco y juntémonos un poco más.

-Volvamos a ser amigos todos...

-Todos, todos. Está muy feo eso engañarse con la soledad... Es que las personas creativas tenemos un gran enganche con la soledad porque es la única manera en que se puede trabajar. A mí la soledad me alimenta mucho...

-¿Y usted no se engaña?

-No, porque no temo. Yo me la paso muy bien estando conmigo.

-Hay gente que no, que enseguida necesita establecer reemplazos...

-Está muy jodido eso... Es cosa de pobres infelices.

-Y para uno, que se quedó mirando de afuera, es muy doloroso...

-¡Claro que duele, tío! Duele y duele.

-Pero luego pasa...

-Y si no, tú acuérdate de respirar...

sábado, 5 de diciembre de 2009

Ser escritor

Vuelos

Por Bersuit  Vergarabat

Vos me estás mirando

y yo voy a caer, colgado en tu sien.

Vos me estás mirando y yo voy a caer.

No ves pero ahí voy a

buscar tu prisión de llaves que sólo cierran...

No ves pero ahí

voy a buscar tu prisión.

Y la bruna rebota siempre hacia aquí.

Solo voy a volver,

siempre me vas a ver y cuando regrese de

este vuelo eterno.

Solo verás en mí, siempre a través de mí un

paisaje de espanto así.

Y el nylon abrió sus alas en mí...

Tu cara se borra, se tiñe de gris,

serás una piedra sola...

Te desprendes de mí,

yo me quedo en vos...

Ya mis ojos son barro en la inundación

que crece, decrece, aparece y se

va y mis ojos son barro en la inundación.

jueves, 26 de noviembre de 2009

El Ultimo Trago

Por Jose Alfredo Jimenez

Tomate esta botella conmigo
y en el ultimo trago nos vamos
quiero ver a que sabe tu olvido
sin poner en mis ojos tus manos
esta noche no voy a rogarte
esta noche te vas de deveras
que dificil tener que dejarte
sin que sienta que ya no me quieras

Nada me han enseñado los años
siempre caigo en los mismo errores
otra vez a brindar con extraños
y a llorar por los mismos dolores

(Salusita mi amor......)

Tomate esta botella conmigo
y en el ultimo trago....
me besas
esperamos que no haya testigos
por si acaso...
te diera verguenza
si algun dia sin querer tropezamos
no te agaches ni me hables de frente
simplemente...
la mano nos damos
y despues que murmure la gente

Nada me han enseñado los años
siempre caigo en los mismos errores
otra vez a brindar con extraños
y a llorar por los mismos dolores

Tomate esta botella conmigo
y en el ultimo trago nos vamos!

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Me abres la puerta a la ilusión

Por Maximiliano Castañares (Kasta)

Belleza ingenua, aprendiz de mujer.

Si tus ojos y tu sonrisa

Me abren la puerta a la ilusión,

¿Cómo podría mi pensar,

Ser más fuerte que tu obra?

Me paralizas el corazón

Abusando de tu dulzura,

Y se traba mi suspiro,

Al divisar tu figura.

Tú comienzas a vivir,

Yo comienzo a preguntarme:

¿Eres tu clara niña,

En mi oleaje de dudas,

Un calmo estanque?

Redescubro tu estupor,

Tus ganas de verme,

Y en este ir y venir,

(De sonrisas robadas,

De excusas coincidentes)

Me llaman tus ojos,

Y te atrapo en mi mente.

OH momentos de pasión

Que minimizo en mirarte.

Ganas de ti que apaciguo,

Y no me dejo abrazarte.

Tu mirada perdida,

Acrecienta mis fantasías.

Y tu voz. ¡Ah tu delgada voz

Lentamente quebranta mi ser!

Y cada palabra tuya me hace repensar,

¿Qué es lo que intento a tu lado?

Y antes de preguntarlo,

Me gana tu sola presencia

Y simplemente me quedo callado.

Me buscan tus labios

Y se que debo marcharme.

Y me miras… y sonríes… y te alejas…

Llena de incertidumbres,

Envuelta en pensamientos.

¿Quien sabe cuantos son

Y cuales son ellos?

Pero si tus ojos y tu sonrisa

Me abren la puerta a la ilusión,

¿Cómo podría mi débil corazón,

Hacerse a un lado y olvidarte?

Quiero tenerte, y no me permito acercarme.

Se incendia mi ser de saber que puedo tenerte,

Y sin embargo, me prohíbo hacerlo.

Pollita en fuga

Por Josefina Licitra

No se le notaba. La última vez que Silvina cayó presa -el 5 de mayo pasado- estaba en la cama con su novio, embarazada y desnuda, pero no se le notaba. La brigada bonaerense la encontró a quince cuadras de la Villa Hidalgo, en el partido de San Martín, en una casa chica de cemento blanqueado, jardín reseco en la entrada y una segunda construcción al fondo. Silvina estaba encerrada en un cuarto con Jorge, uno de sus novios, cogiendo bajo el aire de un ventilador de techo. La brigada entró en el cuarto con modales bonaerenses y la sacó a patadas.

- Rati puto- saludó Silvina. Le pegaban más fuerte y no la dejaban vestirse.

- Rati la conchadetumadre dame la ropa-. La brigada le pateó los riñones, el estómago, las piernas y el culo. Silvina gritó:
- En la panza no. Quiero a mi abogado.

Pocos días más tarde, Clarín tituló: está embarazada, tiene 15 años y se dedica a secuestrar. Estaba embarazada de dos meses. Pero a esta altura -sesenta días después, cuando nos encontramos en algún lugar de la provincia de Buenos Aires- sé que lo perdió.

Porque Silvina, ya van a ver, es uno de esos casos en los que se pierde todo.

-Yo quería un hijo para tener algo -me dirá en un rato con los ojos chicos, inflamados. Ese tipo de hinchazones que provocan los sedantes o el llanto.

Es martes 17 de junio a la noche, y voy por la autopista para encontrarme con ella. Está prófuga. Ayer se escapó por cuarta vez de un instituto de menores, y me dice su abogado que está guardada en algún rincón de este mundo. Está enferma y prácticamente sola. Sus padres, sus abuelos y buena parte de sus tíos se murieron. No tiene amigos y sus tres novios están presos. En este momento, lo único que tiene Silvina es un aborto infectado y un prontuario de miedo. Con apenas 15 años, está acusada de liderar una banda de secuestros exprés apodada “Los Enanos” -un nombre puesto por la policía, que alude a la poca edad de los chicos-; de robar algunos autos; y de llevar de paseo a por lo menos veinte personas.

El comienzo del fin, suponiendo que las cosas terminaron, fue en marzo y abril de este año. En apenas dos meses, la banda secuestró a ocho tipos -entre ellos a Cristos Trasivulidis, un empresario griego armador de barcos que pagó 10 mil dólares de rescate- y se los llevó en gira mágica y misteriosa por la Villa Hidalgo de San Martín: una variante del Impenetrable en pleno conurbano bonaerense. En los expedientes, una víctima cuenta que le hicieron fumar porro. Otra se queja porque la dejaron sola en medio de la villa mientras iban a comprar cigarrillos. Y hay una tercera que asegura que “la chica tuvo sexo con tipos delante mío”. Todas, sí, coincidían en un punto: el líder de la banda era una mujer, y esa mujer tenía el pelo rosado.

Con estos datos, el 5 de mayo la brigada de Investigaciones de San Isidro acorraló a Silvina en la casa que alguna vez fue de sus abuelos. Jorgito, miembro fundador de la banda, fue a parar al Instituto Belgrano. Silvina terminó en una celda de dos por dos en la Delegación Femenina de San Martín. Allí la fueron a visitar una tía -casi su única familia- y una asistente social. Y desde ahí la trasladaron al Establecimiento Asistencial Ursula Llona de Inchausti, uno de los institutos de menores más seguros de todo Sudamérica. Ahí duró un mes, hasta que fue absuelta de algunas causas y la mandaron al Instituto Pelletier en La Plata. Silvina se escapó por la misma puerta por la que sale la ropa sucia.

7 de mayo, en el Establecimiento. Antes de esta cita clandestina, pude ver a Silvina sólo una vez, durante diez minutos. El encuentro fue en el Establecimiento Inchausti: un edificio de cuatro pisos y fachada prusiana levantado sobre la calle Perón, en pleno barrio de Once. Un primer vistazo hace pensar que es un geriátrico, un telo, o alguna cosa de ésas con plaqueta de bronce en la entrada. Pero el segundo vistazo deja una impresión siniestra: los vidrios están espejados y las ventanas tienen barrotes.

Adentro, definitivamente, no es un telo. Hay un hall chico con dos sillones de cuero verde y viejo, y un gato anaranjado imitación Chatrán que duerme despatarrado. Se lo nota feliz: es el único que pasa por los barrotes.
Al lado de Chatrán hay tres celadoras en estado de sopor. Toman mate dulce y se dejan cebar por un hombre de seguridad. Hay un contraste entre el gesto amable del cebador, y el brillo amenazante de sus borceguíes negros, brutales, recién lustrados. El tipo me ofrece un mate, no dejo de mirarle los pies.

- Si me hacen un psicofísico, ahora estoy peor que cuando entré, ja.

Una celadora entra en rapto de sinceridad. Y cuenta que en el instituto hay veinticinco chicas, todas bravísimas, todas capaces de destrozar un piso entero en ataque de nervios.
- Una vez deshicieron la planta baja. Los varones se portan mejor, las pibas son tremendas. Te prepotean, no te hacen caso. Te piden un cigarrillo y después se frotan las muñecas con la colilla encendida hasta sangrar. Lo hacen para que las llevemos al hospital. Con el papel metalizado que viene en el paquete, lo enrollan hasta hacer un palito y con eso también se cortan. El tema del cigarrillo es bravo -dice con el entrecejo en frunce existencial, mientras cala hondo un cigarrillo rubio. El aire está enviciado y quiero irme. Todas las celadoras están teñidas de negro. Me pregunto si Koleston habrá sacado una línea “negro celador” porque el color es sencillamente único.

La directora también tiene esos pelos. Es una mujer robusta y de ojos muy celestes, parecida a Mirta Wons, que media hora más tarde baja hasta la entrada para abrirnos el camino hacia Silvina. Y digo abrirnos porque está conmigo Gustavo Semorile, uno de los dos abogados contratados por la tía de Silvina. Semorile es un tipo alto y flaco, de aspecto tribunalicio -siempre de corbata, gabán beige y anteojos- que contra todo pronóstico tiene sentimientos y cierta sensatez. Es esa clase de gente que disfruta hablando en broma pero en serio, o en serio pero en broma. Esa ambigüedad irrita, pero a él lo entretiene. Me presenta ante Mirta Wons como su colaboradora. “Porque los periodistas acá no entran”, susurra divertido.

Subimos al despacho de Mirta. El ascensor es de un metal despintado, es angosto, es demasiado, todo acá es angosto, pienso, y pienso en las celdas, los barrotes, las colillas, ese mate, los borcegos, quiero irme.

Quiero irme.

El camino a Silvina nunca se abre: para llegar a ella hay que encerrarse.
Mirta es simpática, redonda y maternal. Desde su despacho, y a través del ventanal abarrotado, se ve la calle sucia, la gente enloquecida, la torpeza del tránsito. El mundo insoportable, visto desde el encierro, es el Edén. La miro a Mirta: la gente simpática y maternal no trabaja en lugares como éste. Ella, como adivinando, me muestra una sonrisa de marfil. Cuenta que la idea del Instituto es conocer la historia de cada interna, recuperarlas para la sociedad, tener con ellas un trato personalizado.

- Lástima que a Silvina casi no la conozco -sonríe-, porque se la pasa afuera declarando.

Cayó presa por unas diez causas, pero, desde entonces, cada día le imputan un secuestro nuevo. El panorama hace pensar que podría llegar a veinte. Una cifra que, en la Brigada y en Tribunales, se hace incomprensible para una chica de 15 años. Cuando la detuvieron, la Dirección Departamental de Investigaciones (alias Brigada) llamó a Victoria Camacho Hidalgo, la otra abogada de Silvina, para que les llevara el documento: no creían que tuviera esa edad. En Tribunales le dan el tratamiento que recibe un “menor adulto” (entre los 16 y los 18 años) y eso significa que la indagan y la ponen en rueda de reconocimiento, dos prácticas que no se pueden hacer con una menor. Hoy, 7 de mayo, el secretario de turno se olvidó (“Me olvidé”, dijo) de que Silvina tiene 15 años, y mandó un oficio para mantenerla incomunicada. Eso significa que no puede tener visitas, ni hablar por teléfono, ni mandar o recibir cartas.

Eso significa que la van a enloquecer pronto.

Semorile grita: se está violando la Convención de los Derechos del Niño.

Silvina es una niña.

La sala de visitas es una casilla con paredes blancas, tres sillas de plástico y un escritorio de fórmica. El infierno tiene sucursales como ésta: incómodas, despojadas, con largos pasillos color celestoso, y con portones cerrados bajo siete llaves. A lo lejos un portón se cierra (ese estruendo metálico) y el sonido de los pasos es cada vez más fuerte: viene Silvina.

Lo primero es el pelo. Parece esas muñecas del Once con melena barata color fucsia. Tiene el flequillo stone, las raíces marrones y las puntas virando hacia un tono anaranjado. En los diarios dicen que la tintura es parte de un modus operandi: se tiñe después de cada secuestro para que no la reconozcan. Pero su tía Betty dirá, días más tarde, que se tiñe porque es coqueta. Ya fue rubia, morocha y pelirroja. Al fucsia llegó por error, cuando quiso teñirse de negro sobre una base ciruela y las proporciones usadas, más la condición berreta del producto, la dejaron parecida a una Bandana.

Puedo creer lo de la coquetería. El pelo está limpio, las cejas cortas y depiladas, y las uñas sin morder. Ya se estuvo quejando porque no la dejan usar aros ni anillos.

-¿No ven que una mujer sin alhajas no es mujer? -le dijo a una celadora. Pero la celadora no entendió. Le ofreció, a cambio, un poco de Koleston negro. Por algún motivo comprensible, Silvina no aceptó.

-Nena porelamordedios teñíte.

Gustavo Semorile le ruega, la abraza, la besa y muestra un trazo paternal que parece sincero. Debe quererla. Debe quererla porque la ve sola. Es curiosa la respuesta de Silvina: se relaja en él. Se afloja entre los pliegues del gabán. Desde esa patria amable que es el pecho de su abogado, me mira torcido. Desconfía.

- ¿Y ella quién es?

Tiene los ojos gordos, dopados y ni siquiera sé si me está viendo. Está tomando tres sedantes por noche, y tiene pérdidas y dolor de panza. Nadie apuesta demasiado a este embarazo por la cantidad de golpes que recibió últimamente, y por la cantidad de drogas que tomaba antes de caer presa. Los botines, contará días más tarde un familiar suyo, se gastaban generosamente en entradas a boliches, remises, alcohol, cocaína, pastillas, porro y poxirán para todos. Silvina también se compraba zapatillas.

Son su perdición.

Cuando su tía Betty va a visitarla, siempre le lleva unas distintas para que se cambie: en el Establecimiento la dejan tener sólo un par. Sin joyas y sin Nike, Silvina se desequilibra. Ahora tiene puestas unas Rebook plateadas imitación nasa -valor aproximado, 465 pesos- y tiene también un jogging azul que le embolsa el metro cincuenta de estatura. Mientras habla retuerce el buzo, se lo sube, se lo baja. Se rasca como si rascarse fuera una forma de pasar el tiempo. Tiene la panza morena y blanda: dos meses de embarazo sin glamour.

-Hoy me llevaron a declará, pero dije que no hablaba si no estabas. Dijeron que te estaban llamando y no te encontraban.

Habla como una tumbera en Andalucía.
Semorile putea entre dientes: nadie lo llamó, nadie le dijo que Silvina estaba en Tribunales.

- Entonce me querían hacer firmar un papé, pero yo digo si no leo no firmo. Entonce leo tatatá tatatá y de golpe leo no se qué secuestros exprés y entonce no firmé. Puse apelo.

Sonríe casi como en sueños. Entre los párpados cansados hay un hilo de pupila que brilla.

- Y cuando el tipo leyó me dijo pero qué apelá, por qué apelá. Y yo le dije: apelo porque no entiendo lo que dice, je.

Semorile se ríe. Le dice “sos una hija de puta”, pero principalmente se ríe. Vuelve a abrazarla, le pide que se tiña, que cuide su embarazo, que se porte bien. Ella le dice que sí a todo.

Nos vamos.

- Yo la quiero a la piba, pero para la gente es una bestia -dice el abogado a la salida-. A la Justicia le pedimos paciencia. Con la vida que tuvo, tendría que ser asesina serial.

La vida boba. La vida de Silvina fue normal hasta los 6 años. Su padre se llamaba Beto, era sodero, y repartía sifones con un carro y un caballo por el partido de San Martín, a pocas cuadras de la Villa Hidalgo. Su madre, Zully, trabajaba en una fiambrería de Martínez y era, a decir suyo y del barrio, una mujer intachable. Los momentos epifánicos llegaban de tarde en tarde, cuando Beto bañaba y peinaba a Silvina y a su hermana Vanessa (tres años más grande) y se las llevaba a pasear en carro. Vivían a quince cuadras de la villa (a doscientos metros de la casa donde fue apresada Silvina) y tenían una de esas vidas humildes y tranquilas. Betty, una de sus tías, me muestra una foto familiar: padre y madre alzando a las nenas, sonrientes. A Zully se la ve robusta y de mejillas rosadas. Tiene una mirada ensoñada que reconozco en Silvina. Beto está anguloso y flaco. Por la camisa asoma un tatuaje: Roberto. En el dorso de la mano hay también una cruz.

En esa foto las cosas ya andaban mal. Antes del nacimiento de Silvina, Roberto cayó preso por un robo que no cometió. Un año y medio después fue absuelto, pero salió de la cárcel con hiv y muchos vicios. Se empezó a picar. Sin decirle nada, contagió a su mujer. Cuando Silvina tenía 5 años, Beto murió y Zully se enfermó de odio.

-Nunca le seas fiel a ningún hombre, no se lo merecen -le decía a Silvina-. Mirá cómo estoy. La única persona con la que me acosté fue tu padre, y me contagió el sida.

Zully se mudó con sus padres y palió la angustia trabajando todo el día. A cargo de Silvina y Vanessa quedaron los abuelos maternos. Pero no era lo mismo. Para ellos las nenas eran una molestia -ensuciaban, hacían ruido- y las mandaban siempre a la calle. A los 9 años, Silvina ya fumaba porro, paraba con bandas de la Villa Hidalgo y jugaba con fierros de 9 y 45 mm.

A Zully le daba todo igual.

- Viví la vida -le decía-. Total, uno se muere de cualquier cosa.

Y Zully se murió.

Silvina fue a vivir con sus abuelos paternos, en la casa donde finalmente fue apresada. Ella les hacía la comida, les charlaba, les lavaba los pies. Pero cuando tenía 11 años, los abuelos siguieron la senda de Beto y Zully y se murieron. Silvina quedó al cuidado de unos tíos que vivían en una construcción trasera. Pero el tío tenía cáncer, y entró en una agonía que devino el telón de fondo de una vida cotidiana insoportable. Silvina asistió a su tío hasta la muerte. A la parte delantera de la casa, mientras tanto, se mudó otro tío paterno con su mujer. El hombre tenía prontuario, y estaba involucrado en el secuestro de la hija de un narco de la zona. La policía lo buscaba por un lado, y el narco, por el otro. El tipo se sintió acorralado y no lo soportó. Un día Silvina abrió la puerta de calle y lo vio colgando del taparrollos de una cortina. Ahorcado, claro.

Desde entonces, cada vez que la detienen, la primera pregunta de Silvina es: “¿Quién hay?”. Quiere saber si hay alguien esperándola en plaza Lavalle, frente a Tribunales. En general, aunque queda alguna parentela viva, hay sólo dos personas: Betty y Vanessa.

La familia.

No hay mucho que pueda decirse de Betty: es una tía, es la única adulta sin prontuario, y acepta la entrevista bajo condición de no revelar ningún rasgo que la identifique. Tal como está todo, decir que Betty no tiene prontuario ya es decir mucho.

- Tantas veces Silvina me abraza y me dice “Bah, si esta vida es una mierda, no tenemos a nadie, los que no están muertos están presos”. De algo hay que morir, tía. Eso me dice. Intentó suicidarse varias veces. Cortarse las venas. Yo la quiero convencer de que no está sola. Estoy yo, está mi marido, está su hermana. Le digo no te drogues, y ella me dice: “¿Para qué querés que viva, tía? ¿Para acostarme a la noche y no tener quién me dé un beso? ¿Para no compartir una mesa? ¿Para que nadie vea mis cosas del colegio?”. Entonces me decía: “Yo voy a la esquina, me fumo, me tomo una cerveza y ya fue. Cuando me acosté, no necesité de nada de lo que no tengo”.

Betty llora. Betty tiene una casa con olor a incienso (una bruja le dijo que flotaba una onda mala) y un hijo, Luis, detenido por una declaración de Silvina. Pero ella no tiene rencor; Luis tampoco. Dicen que Silvina declaró ante la Brigada bajo la presión de golpes y amenazas de violación.
- Cuando no querés que te peguen más, sos capaz de mandar en cana a Gandhi.
Betty sonríe o hace una mueca de cansancio. Recuerda una de las tantas veces que Silvina defendió a su hijo.

Fue hace dos años, en un boliche de provincia. Luis estaba borracho y no tenía plata para cerveza. Pero encontró la solución: en la barra había un pibe con una jarra llena. Se acercó y le pidió un trago. No te doy. Dale. No te doy. Dale. No te doy.


- Mirá que soy chorro y te puedo meter un tiro -explicó Luis.

- Mirá que soy policía y te voy a meter en cana -contraexplicó el de la jarra.

Hay ciertos conceptos que son esclarecedores. Luis se retiró con modales de paje real, y se encomendó al santo de turno para no terminar preso.

Pero Silvina escuchó todo.

Se acercó despacio, con una serenidad de western.

- ¿Qué te pasa? – sacó pecho -. ¿Porque sos rati no le podés convidar a mi primo?

Entonces fue cuando, faaaa, le tiró la jarra a la mierda. “Silvina, te mato, porque voy en cana”, le gritó Luis, pero ella redobló la apuesta y cuando el policía sacó los dientes ella, faaaa, le dio un cross en la mandíbula.

- Esta también va por mi primo – explicó.

Luis y Silvina eran inseparables. Tanto, que hay quienes piensan que el Segundo Gran Desastre para Silvina, después de la muerte de sus padres, fue el arresto de Luis. El cayó el 6 de julio de 2002, junto con ella y Jorgito. Todos formaban parte de la banda. Luis y Silvina paraban con la misma gente y, salvo el desayuno, compartían todo. El punto de encuentro familiar era la casa de los abuelos paternos. Betty sacaba a sus hijos más chicos del colegio y los llevaba a tomar la merienda con ellos. Había un pacto: los primitos sólo iban si Silvina estaba sobria. Ella cumplía. Tomaba la leche como un telepibe, y cuando los nenes se iban, prendía un faso.

En esa época Silvina tenía 13 años y ninguna noción de riesgo. A los 11 ya había sido agarrada robando en un supermercado, y la liberaron porque la abuela le lloró al juez de menores. A los 13 se drogaba tanto que, algunas noches, no sabía ni con quién cogía. Luis, cuando la encontraba, se la llevaba a casa de los pelos y a los golpes.

Luis también cuidaba de Vanessa, la hermana mayor de Silvina. Pero Vanessa cambió.

Veo a Vanessa en fotos: es morocha, de cara redonda y cejas depiladas, y tiene el mismo cuerpo rotundo de Silvina. Todos dicen que es un primor. Empezó drogándose, pero a los 15 quedó embarazada y su vida cambió. Los hijos, a veces, tienen el aura purificadora del Evangelio. Vanessa se fue a vivir con el padre de la beba, se hizo ama de casa, sacó chapa de ángel.
- Ayer fue a ver a Silvina y salió llorando, con colitis – cuenta Betty.

Ayer fue 18 de mayo. Silvina tuvo un aborto espontáneo y ningún médico le limpió los restos del feto. El útero está infectado y mientras tanto la medican y la inyectan. Silvina babea, tiembla y no puede armar oraciones. Siente que una bola se le mueve en el estómago. Vanessa se desespera:

- La van a matar.

Durante un mes, nadie me deja ver a Silvina. Su salud es un problema serio, y prefiero no insistir por un tiempo. Hasta que el 17 de junio suena el teléfono. Es Gustavo Semorile. Quiere saber si ya entregué la nota. Le explico que no. Que necesito hablar con ella para poder escribir algo. Le pido que me deje verla. Le prometo ir sin grabador, sin libreta, sin birome?

Semorile me frena en seco.

-Se fugó.

Recuerdo el Establecimiento -rejas hasta en el inodoro- y pienso que la de Semorile es una de esas bromas.

- Se fugó. Nos vemos en una hora en el EuroBar de Tribunales.

Clandestina. El EuroBar es un lugar chico, impersonal y lleno de abogados con celular inquieto. Al fondo, cortesía de la casa, hay un televisor sintonizado en Crónica tv. Semorile llega, se sienta y habla sin sacar los ojos de la pantalla. Explica que la chica se escapó. Fue absuelta de algunas causas y la trasladaron al Instituto Pelletier de La Plata. Ahí defendió a una compañera del abuso de un celador, y le pegaron.

- Pero el problema es la Brigada -no despega los ojos de la tele-. La están volviendo loca.

Hace un año, el 6 de julio de 2002, la golpearon y amenazaron de violación y muerte. En ese contexto, dice Silvina, delató a su primo. Cuando hace pocos días llegó a La Plata, bajo la promesa del juez de que ahí estaría segura y tranquila, tuvo dos sorpresas. La primera fue una paliza. La segunda: en el Pelletier le abrieron las puertas a la Brigada para que la interrogara. Silvina vio entrar a las mismas caras que el 6 de julio le habían jurado muerte a los golpes.

-Entonces se las picó. Ayer. La puta madre, mirá.

Me doy vuelta. Crónica mandó la placa roja: piba fuga de correccional / es silvina, lider de banda “los enanos”/ se dedicaba a secuestrar. El celular del abogado empieza a sonar a gritos. No para. No va a parar nunca. Semorile ofrece llevarme esta misma noche hasta donde está Silvina: quiere que la sociedad sepa que a su cliente la golpearon y amenazaron de muerte.

Acepto.

Son las 8 de la noche y estamos en un auto con el fotógrafo. Le cuento cosas. El anecdotario de Silvina es una forma rara de pasar el tiempo. Nos preguntamos si habrá vidas sin elección. Los griegos decían eso: nacemos con un destino -la moina- y no hay nada que podamos hacer para evitarlo. El héroe trágico es el que intenta zafar; el que busca -y no puede- quebrar ese destino inexorable. Edipo intenta pero falla: se arranca los ojos y termina desterrado. Antígona quiere sepultar dignamente a su hermano criminal, y termina lapidada. Cabe preguntarse qué tipo de marca hay en la frente de Silvina. En qué medida la biografía es, siempre, una suma de elecciones.

La pregunta es obvia: ¿Silvina puede elegir?

El 25 de Mayo pasado, Néstor Kirchner dio su primer discurso como Presidente y, por primera vez en décadas, le dio al problema de la seguridad una explicación social. “La inseguridad no es sólo el Código Penal”, dijo, “sino el cumplimiento de los derechos de la Constitución”. Habló también de “mano blanda”, y quizá no sea una cuestión de demagogia: nadie sabe qué tipo de mano le vendría bien a Silvina (probablemente la de un padre). Pero sí queda claro que, en términos prácticos, la que recibió hasta ahora no sirvió de nada.

Las luces del auto rebotan en los faros de otro coche. Es la Isuzu del abogado, estacionada en un recodo del camino. Cambiamos de auto. Semorile hace jurar por la tumba de nuestros muertos presentes y futuros que no daremos datos del lugar.

Supongamos, entonces, que el camino hasta Silvina es un túnel. Al final hay una casa, hay gente, hay Crónica tv, y hay una chica sentada en un sillón. Silvina está hinchada, rígida y con los ojos inflamados. Apenas puede abrirlos. Tiene puesta una vincha de colores, y por abajo asoman unas manchas pardas y acuosas: se acaba de teñir. De castaño.

Pero eso es lo de menos.

- Me fui porque me pegaron. A una chica le estaban pegando, me metí para defenderla y me pegó un celador. Me pateó. Y yo saqué pecho, mavale. Le volví a pegá. La otra vez que estuve ahí también me pegó. Ya tiene varias denuncias. La brigada también me amenazaba. Me pegaron, todo. Yo ya los denuncié. Y le dije al juez que no quería volver al mismo lugá, porque me habían amenazado que me iban a pegá y a violá. Y el juez me dijo que me quede tranquila, que voy a estar bien. Pero me volvieron a llevar al mismo lugá. Y me volvieron a maltratá. Y pegarme no es tratarme bien.

-¿Y cuando te peleás, no te da miedo?

-Defenderme no me da miedo. Defender tampoco. La policía sí me da miedo, mavale. Pero hago lo que puedo.

Silvina habla lento. Monocorde. Su forma de estar es casi autista. Frente a ella, sobre la mesa, hay una ecografía. Es el útero: hoy fue al médico y la infección es grande. El problema es que no puede volver a ese doctor, porque está prófuga. Ese es, quizá, el motivo principal por el que, al momento de encontrarme con ella, sus abogados están considerando que se entregue.

-Hablé con la psicóloga del Instituto. Dije que la estaba pasando mal. Pero me dijo que los celadores están para agarrá a las chicas cuando están nerviosa. Y le dije pero no hay que pegá. Y me dice bueno, cada uno tiene su manera. Y yo dije a mí no me pegan más. Ayer a la mañana estaban sacando la ropa para limpieza y habían dejado la puerta abierta. Y me fui.

Es la cuarta vez que se escapa. La primera fue a los 12. Se entregó a la Brigada Femenina de San Martín por pedido de Victoria, quien entonces era su abogada. En general, los delincuentes entran en la Brigada llorando. Pero ella se dio vuelta en la puerta, miró a la abogada, y le gritó:

- En dos días te veo.

De la Brigada siempre la mandan a colegios “abiertos”: lugares con jardín y paredes relativamente bajas. Sin barrotes. Silvina nunca dura más de un mes. Un diálogo telefónico típico con Victoria es:

- Me voy a ir.

- Nooo. No te vaaayas. Quedáte un poquito más.

- No. Me aburro.

Cada huida es revolucionaria. Cada vez es un comienzo desde cero. Siempre que se escapa, Silvina promete que va a portarse bien.

Ahora también promete.

- Quiero cambiá. Sí. Quiero ser profesora de natación. Fui dos años con el colegio y me gusta.

- ¿Cómo te imaginás la felicidad?

- Portándome bié. Estudiando natación. Eso. A veces estoy contenta. Pero siempre me pasa arruinarme la poca alegría que tengo. Y mi mayor sueño es que salga Luciano. Porque tengo tres chico preso: Leandro, Luciano y Jorge. Y los tres piensan en trabajá. Se quieren casar conmigo. Y yo les creo. Y mi sueño es que salga el que más quiero, que es Luciano. Y me gustaría tener un hijo, porque sé que un hijo me va a rescatá. Quiero tener un hijo y despué irme.

-¿A los 15 ya querés tener hijos?

-Sí. A los 12 yo ya buscaba un hijo. Con mi novio Leandro. El también quería ser padre. Pero ya es tarde. No conmigo. Me pegaba mucho Leandro. Era golpeador.

-¿Por qué te pegaba?

-Viste cómo son los hombre. Vos hacés algo malo y está todo bien. Hacés las cosas bien y terminás perdiendo. Te estoy dando un consejo.

El primer novio de Silvina fue Leandro. Tenían 12 años. En esa época, la vida de Silvina ya daba material para seis capítulos de Tumberos. A veces no tenía dónde comer, así que su tía Betty le había abierto una cuenta corriente en un kiosco. Lo que más salían del kiosco eran los Evatest.

Silvina, ¿dónde mierda metés las pastillas anticonceptivas que te doy?

- Leandro se las pone al champú, para que el pelo le crezca más rápido.

Leandro, además de coqueto, era golpeador. La quería. Cómo no la va a querer. Pero el porro lo ponía violento. Ella se la devolvía y eso no ayudaba: los hombres siempre pegan más fuerte.

Hasta que Silvina se cansó.

- No me vas a pegar má, porque yo te viá matá. Porque no tengo papá y nadie nunca me pegó y vos menos me va a pegá.

Ella lo amaba. pero lo corrió a los tiros.

-Me pegó -explica con la voz cansina. Adormecida-. Y había cerca un pibe con un fierro y se lo saqué de la mano y le tiré. Corriendo. Por la calle. Y no lo vi má. No lo mataba, pero le iba a dar en el pie. Estaba cansada, pero era boluda porque era chica. Bah, soy chica. Pero al ser mi primera vé este pibe, y todo, era como que estaba re-enamorada, y no me importaba si me pegaba. Y ahora él me escribió que va a salí, que va a cambiá. Pero es como los borrachos: dice no tomo má, pero ve un vaso de vino y te lo va a agarrá. Entonces él dice voy a trabajá, pero después se fuma un porro y yo no estoy haciendo nada y pum, me caga a palos.

Con el segundo, Jorgito, empezó a tener una relación más linda. Si ella tenía hambre, él la acompañaba a hacer mandados. Esas cosas. El problema era todo lo demás. Desde los 12 años, Silvina se movió en una villa que adoptó la modalidad del secuestro extorsivo. En el 2000 hubo un surgimiento de bandas de secuestradores, que tuvieron su centro de actividad más fuerte en Villa Hidalgo, Bajo Corea, Cárcova y Bajo Boulogne, todas en la provincia de Buenos Aires. Si Silvina hubiera crecido en otra villa, quizá se hubiera dedicado a la droga. O a nada. Pero creció en la Hidalgo, donde -entre otros casos- estuvo retenido Cristian Riquelme. El 25 de mayo de 2002, según los registros judiciales, Silvina subió un escalón en el Código Penal para llegar por primera vez a una de las figuras más graves: secuestro extorsivo. En la banda, de unos veinte miembros, estaba Jorgito.

El 6 de junio de 2002 los detuvieron. Jorgito fue al Belgrano y Silvina, al Pelletier. Jorgito todavía sigue preso. Silvina se fugó en una semana. Tres meses después empezó a visitar a Jorgito en el Belgrano. Ahí conoció a Luciano, su tercer novio. Luciano no tenía quién lo visitara, y Silvina le prometió ir a verlo.
Cumplió.

Desde entonces se escriben, se hablan, se prometen el mundo.

-Queremos tener un hijo. Lo de Leandro era otra cosa: te decía: “Ah, te drogás, vení, drogáte conmigo”. En cambio este pibe no. Me dice vos no te drogás con nadie. El me ayudó a cambiar mucho. Y para mí tener un hijo con él va a ser lo más lindo. Este que tuve lo perdí. Vino y se fue solo. Pero si llegaba a tenerlo iba a ser la más feliz. No me iba a importar criarlo sola, porque soy orgullosa y no le voy a pedir nada a nadie. Sé que sola iba a podé. Me lo imaginaba varoncito, llevándolo a la escuela, cuando recién empiece a hablá. Tener un hijo es lo único que me va a cambiá.

-¿Por qué?

-Porque voy a tener a alguien.

Vanessa, su hermana, también se salvó con un hijo. Es una beba. Ludmila. El día que nació, Silvina sintió celos. Pero después la adoró. Desde hace tres años, todos los domingos, Silvina va a verla. A veces drogada. O borracha. Eso es lo de menos. Lo importante son los rollitos. Le gusta pellizcarle los rollitos.

-Ludmila es todo. Y yo ya tenía 13 años, era grande, ya andaba en la calle, y la pellizcaba. Era maldita yo. Pero la quería. La quiero. Cuando nació fue el día más feliz.

-¿Y el peor día cuál fue?

- Lo peor fue la muerte de toda mi familia. Todos los años se va alguien. Empezó con mi viejo. Yo me arrepiento de llevar la vida que llevo. Me arrepiento mucho. Y no tengo la culpa. Lamentablemente. La culpa es de mi viejo, por haber contagiado a mi vieja de sida. Y se murió mi vieja. Y si mi viejo no la hubiese contagiado, mi vieja ahora estaría conmigo. Y yo no haría lo que hice porque no me dejaba salir a ningún lado mi vieja. Porque yo a mi mamá le iba a hacer caso.

-¿Por qué empezaste con todo esto?

- Porque lo necesitaba. Dormí en la calle, todo. Necesitaba comé. Me faltó comida muchas vece. Me faltó techo muchas vece. Y todo lo que hice fue para pagarme mis cosas. Porque una mujer necesita toallitas, higienizarse, cosas que mi familia no me las daba, aunque se las pedía.

Hace cuatro años, Silvina le pidió a su tía que la anotara en un colegio privado. Quería saber cómo se siente el uniforme, los libros. La vida normal. A la primera fiesta de sexto grado, volvió espantada.

- Mis compañeras son unas estúpidas -dijo-. Parecen de jardín de infantes.

Betty no alcanzó a sacarle una foto con el uniforme puesto. A los dos meses, Silvina vendió el jumper, los mocasines, las medias y el manual del alumno bonaerense. El año pasado quiso volver a la escuela, y la anotaron en un público. Se fue porque no soportaba el delantal blanco. Blanco de bebé.

- Ella quería mostrar su ropa. Ir con las uñas pintadas.

Cuando cobra un trabajo, Silvina se va al shopping.
- Me compro todo.

- ¿Y qué se siente con tanta plata?

- Me siento la mejor. Poderosa. Me compraba zapatillas, camperas. Me encantan las zapatillas. Todas. Me gustan las Nike, las que tienen aire. Son carísimas.

-¿Y ahora trabajarías de algo normal?

-Por qué no.

-No vas a poder comprarte zapatillas de 400 mangos.

Silencio.

- Eso me dolió. Me tocó acá. Me muero si no me puedo comprar algo que quiero. La zapatilla y la ropa es lo que más me gusta.

Suena el teléfono y Silvina salta del sillón. La poca salud que le queda se descargó en este segundo fulminante. Camina apurada hacia el teléfono. Tiene un jean reventando en el cuerpo. Un pulóver turquesa muy kosiuko. Unas zapatillas espaciales.
Parece una chica pop.

El teléfono se corta antes de que atienda. Está esperando una llamada de Luciano. El sale en cinco meses.

-Tiene una casa en Gesell y él también quiere cambiá. Y me dijo si me quería casar con él. Yo quiero. Me imagino en la playa dando clase de natación. Pienso que de tanto sufrimiento desde tan chica un día mi vida tiene que cambiá. Un día tiene que ser hasta acá lo malo. Lo material no me importa. Habré tenido de todo, porque tuve de todo y lo tengo, pero lo material pasa. Puedo vivir en un rancho, pero si estoy con él y con mi hijo, no necesito nada.

-¿Y si un día no tenés con qué darle de comer?

- Ahí no sé lo que haría. No me gustaría ir a robar tampoco, porque ahí va a haber un bebé de por medio, y si no está la mamá, no quiero que pase lo mismo que pasé yo, que anduve con los tíos de acá para allá, tratando de hacer las cosas bien. Porque mis tíos me quieren pero yo estoy sola. Me siento sola. Me siento totalmente sola.

Hay segundos donde el mundo se detiene y sólo queda una postal. Está Silvina con los ojos inflamados. En silencio.

Sola.

Prende un Philip Morris y lo calza en la juntura de los dedos. Fuma raro. Fuma con cierto músculo. Como si tuviera a la colilla de rehén.
Le pregunto entonces cómo se va a llamar su hijo.
- Lucifer – responde
Traga el humo hasta el filtro, prende otro. Vuelve a tragar hasta que no quede más nada.

Gran pez



Por Alejandro Balbis

Un enano y un gigante
en un circo itinerante
donde encuantra esa mujer
un pueblo en una burbuja
y el ojo de aquella bruja
que la muerte puede ver

En el rio hay un gran pez
todo puede suceder
flores amarillas
y amor de rodillas
que golpiza de placer

Vivir relatando historias
coloreando la memoria
el viejo acapara la atencion
la distancia entre los cuentos
y los acontecimientos
ni mas ni menos que una version

El baile de las siamesas
y el secreto de un poeta
que extravio la inspiracion
al final en la partida
se cumplio la profesia
y en el cuento se perdio

En el rio hay un gran pez
todo puede suceder
no solo un retrato
de un mundo mas grato
del que en realidad vivio

Vivir relatando historias
coloreando la memoria
el viejo acapara la atencion
la distancia entre los cuentos
y los acontecimientos
ni mas ni menos que una version

Vivir relatando historias
coloreando la memoria
el viejo acapara la atencion
la distancia entre los cuentos
y los acontecimientos
ni mas ni menos que una version

viernes, 6 de noviembre de 2009

Ernest Hemingway en Cuba




Por: Martín Azcurra

Un escritor se hace combatiente y espía. Viaja por el mundo, pero amarra su alma inquieta en las costas cubanas por más de veinte años. Atraído por la pesca, hace de la isla su hogar. De su encuentro con un pueblo noble, surgen relatos de pescadores diminutos contra peces gi ...gantes. Así percibe la tensión con su país cuando estalla la revolución, que apoya abiertamente. El gobierno de Estados Unidos lo obliga a volver. ¿Suicidio o crimen político? Fidel, que se inspira en su novela sobre la Guerra Civil Española para enfrentar a Batista, lo reivindica por su audacia. En esta nota, un Hemingway que quiere cambiar el mundo con un bote y un sedal. Habla desde La Habana, Ada Rosa Alonso, directora del Museo Ernest Hemingway. “Su puntería es increíble”, piensa Ernest al verlo con la palomita rabiche en una mano y la gomera en la otra. “¡A que tú no matas la que está en esa rama!”, lo arenga. Entusiasmado, el joven de ocho años que luego fuera su niño-perro (recolector de pichones, “en el mejor sentido de la palabra”) la voltea tan rápido que tiene que correr para atajarla antes de que toque el suelo. Hemingway, cuyos dedos solían oler a pólvora, practicaba tiro en el Club de Cazadores del Cerro. Con el tiempo, Fernandito Núñez se haría cargo del cuidado de sus armas. “Pueden usarlas otras personas aquí, si tú lo decides, pero que nadie sepa que son mías”, le indicaba Pa.Diez años después, un grupo de moncadistas de tímida barba ingresa al club y se topa con Núñez. “Muchacho, ¿nos prestas un par de rifles nomás para practicar? Cualquiera está bien para nosotros”. Se llamaban Fidel Castro, Abel Santamaría, Pedro Miret, Oscar Alcalde, y estaban entrenando, con otros, para los asaltos de Santiago y Bayamo. “No apuntes nuestros nombres, por favor”. A Fidel, Fernandito le da “la Yegua”, una escopeta calibre 12 de dos cañones, la preferida por Hemingway.No será la única vez que se encuentren los destinos de estos dos gigantes. En su época de estudiante, a Fidel le comentan que un buen narrador americano había escrito una novela sobre la Guerra Civil Española llamada Por quién doblan las campanas. Cuando la lee, su cabeza, que ya estaba elucubrando nuevas estrategias de guerra popular, se proyecta hacia la Cuba libre. “Trataba de un grupo de guerrilleros y me pareció muy interesante, porque Hemingway hablaba de la retaguardia que luchaba contra un ejército convencional. Puedo decirle que esa novela de Hemingway fue una de las obras que me ayudó a elaborar tácticas para luchar contra el ejército de Batista. Nosotros nos encontramos (...) luchando contra un ejército relativamente moderno que tenía un control absoluto de las armas. Los métodos que otros hombres usaron para resolver aquel problema nos ayudaron considerablemente a intuir cómo hacerlo...”, confiesa Fidel en una entrevista realizada por Frank Markiewiesz y Kirby Jones en 1976.¿En qué se parecen estos dos hombres, que nunca llegaron a ser amigos? Ambos, de niños, cazaban con gomera, pescaban peces de colores y jugaban con soldaditos de plomo. Más tarde, los dos se zambullen en el curso de la historia, descubren el poder de la acción, toman partido y arriesgan la vida por algo.Cuando la revolución cubana empieza a tomar un carácter socialista, Hemingway, que vivió en Cuba por más de veinte años, es forzado a regresar a su país. Ya no puede izar las velas del Pilar para buscar algún pez aguja, ni puede encontrar otro buen lugar para escribir. Es la muerte del escritor y del personaje. Se cruzan allí las dos teorías: la del héroe cansado y del escritor acabado. Su depresión aumenta porque los movimientos de espías federales a su alrededor lo vuelven loco. Una tarde, en el restorán donde solía almorzar con su esposa, pregunta: “¿Esos quiénes son?”. Mary le responde: “Son vendedores”. Hemingway gruñe: “Son del FBI y esta vez no fallarán”. Al regresar, no dice una sola palabra. En su habitación, tiñe el cielo de su boca con una escopeta Boss, calibre 12, comprada en Nueva York.Toda Cuba se conmueve. Fidel levanta el puño y aclama: “Este ha sido el mensaje de Hemingway que hemos tenido presente aquí en Cuba, en medio de una Revolución. Nos ha acompañado en momentos cruciales y muy difíciles... Nosotros hemos sido vulnerables y hemos estado expuestos durante décadas a la destrucción, pero las frases convertir el revés en victoria y podrán destruirnos mil veces, pero nunca vencernos, han sido nuestras consignas y gritos de combate en los últimos años... Hemingway tenía toda la razón: Un hombre puede ser destruido, pero jamás vencido. No fue otro el mensaje que captamos. No ha sido otro el reclamo de los hombres que han luchado en todas las épocas y de su literatura”.
La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 84 - Noviembre 2009

viernes, 30 de octubre de 2009

Consejo para poetas

Por Rainner Maria Rilke

"Creedme que todo depende de esto:
haber tenido,una vez en la vida,
una primavera sagrada que colme el corazòn
de tanta luz que baste para transfigurar
todos los dias venideros"

Hipocresia

Por Ruben Blades

La sociedad se desintegra. Cada familia en pie de guerra.
La corrupción y el desgobierno hacen de la ciudad un
infierno. Gritos y acusaciones, mentiras y traiciones,
hacen que la razón desaparezca. Nace la indiferencia,
se anula la conciencia, y no hay ideal que no se desvanezca.
Y todo el mundo jura que no entiende por que sus sueños
hoy se vuelven mierda. Y me hablan del pasado en el
presente, culpando a los demás por el problema
de nuestra común hipocresía.

El corazón se hace trinchera.Su lema es sálvese quien pueda
Y así, la cara del amigo se funde en la del enemigo.
Los medios de información aumentan la confusión, y la
verdad es mentira y viceversa. Nuestra desilusión crea
desesperación, y el ciclo se repite con más fuerza.
Y perdida entre la cacofonía se ahoga la voluntad de un
pueblo entero. Y entre el insulto y el Ave María, no distingo
entre preso y carcelero, adentro de la hipocresía!

Ya no hay Izquierdas ni Derechas: sólo hay excusas y
pretextos. Una retórica maltrecha, para un planeta de
ambidiextros. No hay unión familiar, ni justicia social,
ni solidaridad con el vecino. De allí es que surge el mal,
y el abuso oficial termina por cerrarnos el camino.
Y todo el mundo insiste que no entiende por que los sueños
de hoy se vuelven mierda. Y hablamos del pasado en el
presente, dejando que el futuro se nos pierda,
viviendo entre la hipocresía.