lunes, 31 de enero de 2011

Sirva otra vuelta pulpero

Por:Cuchilla grande/Almafuerte

Sirva otra vuelta, pulpero.
Que no soy chancho.
Soy bicho que no tiene rancho.
Que anda arrastrando
penas y alegrías.
Y en eso de la repartida
las malas van ganando.

Sirva otra vuelta, pulpero, a ver.
Para mis pares
del asentamiento.
Que están cargando con el peso hoy,
ante la ley por indocumentados.
En predios ganados al Estado,
donde la milicada
siempre viene a darnos palos.
Después son las criaturas las que pagan.
En vez de un vasito de leche,
un vasito de agua.
Eso si que es triste.

Sirva otra vuelta, pulpero, a ver.
Que el terreno yo le he marcado.
Y seguiré haciendo changas,
pa´ poder edificarlo.
Es que nunca habrá más torniquete
que vivir con dignidad en la pobreza.
Después con los vecinos,
haremos una escuela merendero.
Ya no habrá niños callejeros,
que correrán la suerte
de sus padres y sus abuelos.
Eso sí que es triste.

Después son las criaturas las que pagan.
En vez de un vasito de leche,
un vasito de agua.
Eso si que es triste.

Sirva otra vuelta, pulpero, a ver.
Que está es la del estribo.
Soy un hombre convencido.
Que lo que uno tiene,
tiene que ganarlo.
Por eso es que, con once familias,
le hemos ganado, una vez, al Estado.
Esi sí que es triste.
Pa´l que no tiene rancho.
Eso sí que es triste.
Ni donde caerse muerto.

sábado, 29 de enero de 2011

Jacques Brel


Creare un reino
Donde el amor sea Rey

Y te contaré
La historia de un Rey
Que murió al no poder
Volver a encontrarte.
                                   

Richard Bach

"Lo que la oruga interpreta como el fin del mundo es lo que el maestro denomina mariposa"

miércoles, 26 de enero de 2011

En pie

Por: La renga


Madera de viejo nogal, 
rocío llora mi sangre
espera al otoño y verás caer 
desde el mejor lugar
las escamas de mi dulce corazón,
las visiones que de tu alma, 
aún conserva el sol
¿Quién soy? ¿Quién soy?

Cuántas veces hubieras podido ser,
el hito que en la cima de mi vida,
me mantenga aún en pie,
soy el sereno de la noche, 
la penumbra y el dolor
y estoy durmiendo en tu historia,
en tus sueños y en tu razón
soy el incierto caminante 
que transita tu resignación,
no ves que no quiero ver
lo que fui, lo que soy
y lo que pude ser.

Cuántas formas pudiste tomar en mí,
cómo no logré dejar de lado tu fantasma
y seguir así,
maderas de viejo nogal, rocío
llora mi sangre...v 

martes, 25 de enero de 2011

Con nombre de guerra

Por Heroes del silencio


Entra despacio,
que nadie oiga tus pasos.
mientras tanto
si los nervios no traicionan, todo irá bien
y dejemos los besos para los enamorados
y pensemos en lo nuestro
que por eso te he pagado.
aunque esta noche
seas sólo mercancía para mí.

Dejo en tus manos
lo que hemos acordado.
la lluvia de hace un rato,
ahora sólo necesito descansar.
y dejemos que los sueños se apoderen del deseo.
recordemos que lo nuestro se me olvidará al momento.
aunque esta noche
sea sólo unos billetes para ti.

Pienso en los años
que llevas guerreando
con un nombre por bandera
ahora sólo quiero oírlo una vez más.
y dejemos que lo cierto sea lo que imaginamos
recordemos que lo nuestro todavía no ha acabado.
aunque, por esta noche, ...
... por esta noche ...
nos podemos despedir.

lunes, 24 de enero de 2011

¿Cómo pudimos?


Ser boca o ser bocado, cazador o cazado. Ésa era la cuestión.
Merecíamos desprecio, o a lo sumo lástima. En la intemperie enemiga, nadie nos respetaba y nadie nos temía. La noche y la selva nos daban terror. Éramos los bichos más vulnerables de la zoología terrestre, cachorros inútiles, adultos pocacosa, sin garras, ni grandes colmillos, ni patas veloces, ni olfato largo.
Nuestra historia primera se nos pierde en la neblina. Según parece, estábamos dedicados no más que a partir piedras y a repartir garrotazos.
Pero uno bien puede preguntarse: ¿No habremos sido capaces de sobrevivir, cuando sobrevivir era imposible, porque supimos defendernos juntos y compartir la comida? Esta humanidad de ahora, esta civilización del sálvese quien pueda y cada cual a lo suyo, ¿habría durado algo más que un ratito en el mundo?

sábado, 22 de enero de 2011

Oye Marcos

Por Raly Barrionuevo


Oye Marcos venite para Santiago
tomate unos días y vente pa´qui
tomate unos días y vente pa´qui.

Oye Marcos, sé que el tiempo es muy tirano,
que la distancia es grande y no afloja el calor.
pero tengo el anhelo de beberme tus historias
a la vera caliente de un fogón
a la vera caliente de un fogón.

Quiero Marcos que conozcas nuestras luchas,
que también buscamos lo que buscás vos.
que hay un mundo cierto,
que brota de nuevas manos.
y que esta lucha redime nuestro dolor
y que esta lucha redime nuestro dolor.

Oye Marcos si vienes en estos días,
te esperaré sentado en la terminal.
iremos a la Simona,
a la casa de roque acuña.
los cumpas del mo.ca.se nos esperarán
los cumpas del mo.ca.se nos esperarán.

Oye Marcos no temas por la comida,
que en santiago hay tamales como en México.
también hay chacareras, leyendas y alegría.
cosas que has de llevar en tu corazón
cosas que has de llevar en tu corazón.

Oye Marcos iremos a lo de Ramona,
y a visitar a los cumpas de apenoc.
cruzaremos por los montes,
en la camioneta del ángel.
de Quimilí a San José del boquerón
de Quimilí a San José del boquerón.

Oye Marcos, venite para santiago.
vos fijate aunque sea un día o dos.
tendrás rancho y comida
y para tu pipa tabaco.
sería para nosotros un alegrón
sería para nosotros un alegrón.

Las panteras y el templo


Por Abelardo Castillo


Y sin embargo sé que algún día tendré un descuido, tropezaré con un mueble o simplemente me temblará la mano y ella abrirá los ojos mirándome aterrada (creyendo acaso que aún sueña, que ese que está ahí junto a la cama, arrodillado y con el hacha en la mano, es un asesino de pesadilla), y entonces me reconocerá, quizá grite, y sé que ya no podré detenerme.
Todo fue diabólicamente extraño. Ocurrió mientras corregía aquella historia del hombre que una noche se acerca sigilosamente a la cama de su mujer dormida, con un hacha en alto (no sé por qué elegí un hacha: ésta aún no estaba allí, llamándome desde la pared con un grito negro, desafiándome a celebrar una vez más la monstruosa ceremonia). Imaginé, de pronto, que el hombre no mataba a la mujer. Se arrepiente, y no mata. El horror consistía, justamente, en eso: él guardará para siempre el secreto de aquel juego; ella dormirá toda su vida junto al hombre que esa noche estuvo a punto de deshacer, a golpes, su luminosa cabeza rubia (por qué rubia y luminosa, por qué no podía dejar de imaginarme el esplendor de su pelo sobre la almohada), y ese secreto intolerable sería la infinita venganza de aquel hombre. La historia, así resuelta, me pareció mucho más bella y perversa que la historia original. Inútilmente, traté de reescribirla. Como si alguien me hubiese robado las palabras, era incapaz de de narrar la sigilosa inmovilidad de la luna en la ventana, el trunco dibujo del hacha ahora detenida en el aire, el pelo de la mujer dormida, los párpados del hombre abiertos en la oscuridad, su odio tumultuoso paralizado de pronto y transformándose en un odio sutil, triunfal, mucho más atroz por cuanto aplacaba, al mismo tiempo, al amor y a la venganza.
Me sentí incapaz, durante días, de hacer algo con aquello. Una tarde, mientras hojeaba por distraerme un libro de cacerías, vi el grabado de una pantera. Las panteras irrumpen en el templo, pensé absurdamente. Más que pensarlo, casi lo oí. Era el comienzo de una frase en alemán que yo había leído hacía muchos años, ya no recordaba quién la había escrito, ni comprendí por qué me llenaba de una salvaje felicidad. Entonces sentí como si una corriente eléctrica me atravesara el cuerpo, una idea, súbita y deslumbrante como un relámpago de locura. No sé en qué momento salí a la calle; sé que esa misma noche yo estaba en este cuarto mirando fascinado el hacha. Después, lentamente la descolgué. No era del todo como yo la había imaginado: se parece más a un hacha de guerra del siglo XIV, es algo así como una pequeña hacha vikinga con tientos en la empañadura y hoja negra. Mi mujer se había reído con ternura al verla, yo nunca me resignaría a abandonar la infancia. El día siguiente fue como cualquier otro. No recuerdo ningún acontecimiento extraño o anormal hasta mucho después. Una noche, al acostarse, mi mujer me miró con preocupación. "Estás cansado", me dijo, "no te quedes despierto hasta muy tarde." Respondí que no estaba cansado, dije algo que la hizo sonreír acerca del fuego pálido de su pelo, le besé la frente y me encerré en mi escritorio. Aquélla fue la primera noche que recuerdo haber realizado la ceremonia del hacha. Traté de engañarme, me dije que al descolgarla y cruzar con pasos de ladrón las habitaciones de mi propia casa, sólo quería (es ridículo que lo escriba) experimentar yo mismo las sensaciones (el odio, el terror, la angustia) de un hombre puesto a asesinar a su mujer. Un hombre puesto. La palabra es horriblemente precisa, sólo que ¿puesto por quién? Como mandado por una voluntad ajena y demencial me transformé en el fantasma de una invención mía. Siempre lo temí, por otra parte. De algún modo, siempre supe que ellas acechan y que uno no puede conjurarlas sin castigo, las panteras, que cualquier día entran y profanan los cálices. Desde que mi mano acarició por primera vez el áspero y cálido correaje de su empuñadura, supe que la realidad comenzaba a ceder, que inexorablemente me deslizaba, como por una grieta, a una especie de universo paralelo, al mundo de los zombies que porque alguien los sueña se abandonan una noche al caos y deben descolgar un hacha. El creador organiza un universo. Cuando ese universo se arma contra él, las panteras han entrado en el templo. Todavía soy yo, todavía me aferro a estas palabras que no pueden explicar nada, porque quién es capaz de sospechar siquiera lo que fue aquello, aquel arrastrarse centímetro a centímetro en la oscuridad, casi sin avanzar, oyendo el propio pulso como un tambor sordo en el silencio de la casa, oyendo una respiración sosegada que de pronto se altera por cualquier motivo, oyendo el crujir de las sábanas como un estallido sólo porque ella, mi mujer que duerme y a la que yo arrastrándome me acerco, se ha movido en sueños. Siento entonces todo el ciego espanto, todo el callado pavor que es capaz de soportar un hombre sin perder la razón, sin echarse a dar gritos en la oscuridad. Acabo de escribirlo: todo el miedo de que es capaz un hombre a oscuras, en silencio.
Creí o simulé creer que después de aquel juego disparatado podría terminar mi historia. Esa mañana no me atreví a mirar los ojos de mi mujer y tuve la dulce y paradojal esperanza de haber estado loco la noche anterior. Durante el día no sucedió nada; sin embargo, a medida que pasaban las horas, me fue ganando un temor creciente, vago al principio pero más poderoso a medida que caía la tarde: el miedo a repetir la experiencia. No la repetí aquella noche, ni a la noche siguiente. No la hubiese repetido nunca de no haber dado por casualidad (o acaso la busqué días enteros en mi biblioteca, o acaso quería encontrarla por azar en la página abierta de un libro) con una traducción de aquel oscuro símbolo alemán. Leopardos irrumpen en el templo, leí, y beben hasta vaciar los cántaros de sacrificio: esto se repite siempre, finalmente es posible preverlo y se convierte en parte de la ceremonia.
Hace muchos años de esto, he olvidado cuántos. No me resistí: descolgué casi con alegría el hacha, me arrodillé sobre la alfombra y emprendí, a rastras, la marcha en la oscuridad.
Y sin embargo sé que algún día cometeré un descuido, tropezaré con un mueble o simplemente me temblará la mano. Cada noche es mayor el tiempo que me quedo allí hipnotizado por el esplendor de su pelo, de rodillas junto a la cama. Sé que algún día ella abrirá los ojos. Sé que la luna me alumbrará la cara.





Verdores del Sáhara

En Tassili y otras comarcas del Sáhara, las pinturas rupestres nos ofrecen, desde hace unos seis mil años, estilizadas imágenes de vacas, toros, antílopes, jirafas, rinocerontes, elefantes...
¿Esos animales eran pura imaginación? ¿O bebían arena los habitantes del desierto? ¿Y qué comían? ¿Piedras?
El arte nos cuenta que el desierto no era desierto. Sus lagos parecían mares y sus valles daban de pastar a los animales que tiempo después tuvieron que emigrar al sur, en busca del verdor perdido.

miércoles, 19 de enero de 2011

Nostalgia

Por Ernesto Cardenal

 

Al perderte yo a ti
tu y yo hemos perdido.
yo, por que tu eras
lo que mas amaba.
tu, porque yo era
el que te amaba mas,

Pero de nosotros dos,
tu pierdes mas que yo,
porque yo podré amar a otros
como te amaba a ti,
pero a tí no te amarán
como te amaba yo.

Arte poetica

Por Antonio Requeni

Voy por la calle, absorto, pensativo,
Tratando de encontrar un adjetivo.
Lo hallo por fin, en un papel lo escribo,
y me trepo, feliz, a un colectivo

La vida

Por Quino

 Pienso que la forma en que la vida fluye está mal.  Debería ser al revés: Uno debería morir primero para salir de eso de una vez.
Luego, vivir en un asilo de ancianos hasta que te saquen cuando ya no eres tan viejo para estar ahí.
Entonces empiezas a trabajar, trabajar por cuarenta años hasta que eres lo suficientemente joven para disfrutar de tu jubilación.
Luego fiestas, parrandas, alcohol.  Diversión, amantes, novios, novias, todo, hasta que estés listo para entrar a la secundaria…
Después pasas a la primaria y eres un niño(a) que se la pasa jugando sin responsabiliddes de ningún tipo…
Luego pasas a ser un bebé, y vas de nuevo al vientre materno, y ahí pasas los mejores y últimos 9 meses de tu vida flotando en un líquido tibio, hasta que tu vida se apaga en un tremendo orgasmo…
¡¡¡ESO SÍ ES VIDA!!!

lunes, 17 de enero de 2011

El mundo


Por Eduardo Galeano

Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
El mundo es eso —reveló—. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.
No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.

(El libro de los abrazos)

Fundación de la belleza


Están allí, pintadas en las paredes y en los techos de las cavernas.
Estas figuras, bisontes, alces, osos, caballos, águilas, mujeres, hombres, no tienen edad. Han nacido hace miles y miles de años, pero nacen de nuevo cada vez que alguien las mira.
¿Cómo pudieron ellos, nuestros remotos abuelos, pintar de tan delicada manera? ¿Cómo pudieron ellos, esos brutos que a mano limpia peleaban contra las bestias, crear figuras tan llenas de gracia? ¿Cómo pudieron ellos dibujar esas líneas volanderas que escapan de la roca y se van al aire? ¿Cómo pudieron ellos...?
¿O eran ellas?

jueves, 13 de enero de 2011

Como la cigarra

Por: Maria Elena Walsh
Tantas veces me mataron,
tantas veces me morí,
sin embargo estoy aquí
resucitando.
Gracias doy a la desgracia
y a la mano con puñal,
porque me mató tan mal,
y seguí cantando.
Cantando al sol,
como la cigarra,
después de un año
bajo la tierra,
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra.
Tantas veces me borraron,
tantas desaparecí,
a mi propio entierro fui,
solo y llorando.
Hice un nudo del pañuelo,
pero me olvidé después
que no era la única vez
y seguí cantando.
Cantando al sol,
como la cigarra,
después de un año
bajo la tierra,
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra.
Tantas veces te mataron,
tantas resucitarás
cuántas noches pasarás
desesperando.
Y a la hora del naufragio
y a la de la oscuridad
alguien te rescatará,
para ir cantando.
Cantando al sol,
como la cigarra,
después de un año
bajo la tierra,
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra.

Los valores del Siglo XXI









miércoles, 12 de enero de 2011

Hasta Siempre


Por Carlos Puebla

Aprendimos a quererte,

Desde la histórica altura,

Donde el sol de tu bravura
Le puso cerco a la muerte.



Aquí se queda la clara,
La entrañable transparencia
De tu querida presencia,
Comandante Che Guevara.

Tu mano gloriosa y fuerte
sobre la historia dispara,
cuando todo Santa Clara
Se despierta para verte.

Aquí se queda la clara,
La entrañable transparencia
De tu querida presencia,
Comandante Che Guevara.

Vienes quemando la brisa
con soles de primavera
para plantar la bandera
con la luz de tu sonrisa

Aquí se queda la clara,
La entrañable transparencia
De tu querida presencia,
Comandante Che Guevara.

Tu amor revolucionario
te conduce a nueva empresa,
donde espera la firmeza
de tu brazo libertario.

Aquí se queda la clara,
La entrañable transparencia
De tu querida presencia,
Comandante Che Guevara.

Seguiremos adelante
como junto a ti seguimos
y con Fidel te decimos :
«¡Hasta siempre Comandante!»

Aquí se queda la clara,
La entrañable transparencia
De tu querida presencia,
Comandante Che Guevara.

martes, 11 de enero de 2011

¿Quién muere?


Por Pablo Neruda

Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien no cambia de marca, no arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce.

Muere lentamente quien hace de la televisión su gurú.
Muere lentamente quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre blanco y los puntos sobre las "íes" a un remolino de emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos, sonrisas de los
bostezos, corazones a los tropiezos y sentimientos. 

Muere lentamente quien no voltea la mesa cuando está infeliz en el

trabajo, quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño,
quien no se permite por lo menos una vez en la vida,
huir de los consejos sensatos. 

Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música,

quien no encuentra gracia en si mismo.
Muere lentamente quien destruye su amor propio, quien no se deja
ayudar. 

Muere lentamente, quien pasa los días

quejándose de su mala suerte o de la lluvia incesante.
Muere lentamente, quien abandona un proyecto antes de iniciarlo,
no preguntando de un asunto que desconoce
o no respondiendo cuando le indagan sobre algo que sabe. 

Evitemos la muerte en suaves cuotas, recordando siempre que estar vivo

exige un esfuerzo mucho mayor que el simple hecho de respirar.
Solamente la ardiente paciencia hará
que conquistemos una espléndida felicidad.

sábado, 8 de enero de 2011

El jinete


Por: Jose Alfredo Jimenez

Por la lejana montaña
va cabalgando un jinete
vaga solito en el mundo
y va deseando la muerte

Lleva en su pecho una herida
va con su alma destrozada
quisiera perder la vida
y reunirse con su amada

La quería mas que a su vida
y la perdió para siempre
por eso lleva una herida
por eso busca la muerte

Con su guitarra cantando
se pasa noches enteras
hombre y guitarra llorando
a la luz de las estrellas

Después se pierde en la noche
y aunque la noche es muy bella
el va pidiéndole a Dios
que se lo lleve con ella

La quería mas que a su vida
y la perdió para siempre
por eso lleva una herida
por eso busca la muerte.

jueves, 6 de enero de 2011

Roberto Fontanarrosa





"Tengo dos problemas para jugar al fútbol.Uno es la pierna izquierda.El otro es mi pierna derecha"

martes, 4 de enero de 2011

Deseo para los niños...


Por Mex Urtizberea


Que sean niños los niños.
Que sean niños, y no clientes de las compañías de celulares, o vendedores de rosas en los bares, o estrellas descartables de la televisión.
Niños, no limpiavidrios en los semáforos, o botín de padres enfrentados o repartidores de estampitas en los subtes.
Que no sean niños soldados, los niños. Que sean niños los niños, simplemente.
Que no sean foto de un portal pornográfico.
Que no sean los habitantes de un reformatorio.
Que no sean costureros en talleres ilegales de ningún lugar del mundo.
Que sean niños los niños, y no un target.
Que no sean los que pagan las culpas. Los que reciben los golpes. Los bombardeados por publicidad.
Que sean niños los niños. Todo lo aniñados que quieran. Todo lo infantiles que quieran. Todo lo ingenuos que quieran. Que hagan libremente sus niñerías.
Que se dediquen a ser niños y no a otra cosa.
Que no sean los que no juegan, los acosados por las preocupaciones, los tapados de actividades.
Que sean niños los niños y se los deje preguntar sin levantar la mano, formar filas torcidas, llevar alguna vez la Bandera no por ser mejor alumno, sino por ser buen compañero.
Que sean niños los niños y no los incentivados con desmesura a consumir todo lo que saca el mercado.
Que sean niños, y no los que aspiran pegamento en una esquina o fuman paco en la otra, tan de nadie, tan desprotegidos.
Niños, no nombres que tienen que rogar por recibir el apellido paterno o la cuota de alimentos.
Que sean niños los niños.
Y que los niños sean lo intocable, que sea la gran coincidencia en cualquier discusión ideológica; que por ellos se desvelen los economistas de todas las corrientes, los dirigentes de todos los partidos, los periodistas de todos los medios, los vecinos de todas las cuadras, los asistentes sociales de todas las municipalidades, los maestros de todas las escuelas.
Que sean niños los niños, y no el juguete de los abusadores.
Que sean niños, no "el repetidor" o "el conflictivo" o "el que nunca trae los deberes".
Niños, y no los que empujan el carro con cartones.
Que sean niños los niños, simplemente.
Que ejerzan en paz el oficio de recién llegados.
Que se los llame a trabajar con la imaginación o con lápices de colores.
Que se los deje ser niños, todo lo niños que quieran.
Y que los niños sean lo importante, que por ellos lleguen a un acuerdo los que nunca se ponen de acuerdo; que por ellos se dirijan la palabra los que no se hablan, que por ellos hagan algo los que nunca hicieron nada.
Que sean niños los niños y que no dejen de joder con la pelota.
Que sean niños en su día. Que lo sean todos los días del año. Que sean felices los niños, por ser niños.
Inocentes de todo lo heredado.

Prólogo

Por Vicente Battista.


Nos encontramos por primera vez con Abelardo Castillo una noche de verano del año 1962. No puedo precisar ni el día ni el mes, pero sé que era de noche y que hacía mucho calor. Recuerdo el sitio: el bar La Comedia, en Paraná y Corrientes; y también recuerdo todo lo que tuve que esperar a Castillo. Por aquellos días yo conocía sus cuentos y conocía la revista literaria que él dirigía; pero desconocía su poderosa impuntualidad. Llegó cuando iba por el tercer café. La espera valió la pena. Yo tenía veintidós años y algunos cuentos inéditos. Castillo me llevaba cinco años, en el teatro Los Independientes ya habían estrenado su tragedia El otro Judas, y la editorial Goyanarte ya había publicado Las otras puertas, su libro de cuentos: me iba a encontrar con un escritor de verdad. Aquella noche hablamos largo, o tal vez Castillo habló largo. Lo cierto es que a la madrugada, cuando nos despedimos, ya me había invitado a ser parte de El escarabajo de oro. Esa madrugada, con mis pocos cuentos inéditos, yo también, de golpe y para siempre, me sentí un escritor de verdad, alguna vez tenía que decirlo.
Con la excusa de editar una revista, de escribir cuentos y novelas, de apostar por la utopía y por un mundo mejor, fue creciendo entre nosotros una amistad que se mantiene inalterable a lo largo de los años. Voy a hacer pública una dedicatoria; con estas palabras me dedicó Castillo su novelaCrónica de un iniciado: “Después de treinta años de amistad se puede decir que dos hombres son hermanos; después de treinta años de amistad, dos escritores son casi el mismo”. Me apresuro a declarar que no es cierto, no somos el mismo: Castillo, mal que le pese, me sigue llevando cinco años, y Castillo es (lo he dicho infinidad de veces, pero no está de más repetirlo) uno de los más grandes escritores que tiene nuestro país.
Por todo esto, no me extrañó que se me invitara a ser algo así como el compilador o antólogo de este libro. Trabajamos con Castillo a lo largo de casi tres meses. El bar La Comedia hace tiempo que se trocó en una pizzería impersonal y hace tiempo que el autor y yo pasamos la barrera de los treinta años. Pero otra vez era verano, y aunque los veranos de hoy ya no son como los de antes, en estos tres meses, en las noches de esos tres meses, recuperamos el lúcido insomnio de aquellas otras noches de mediados de los sesenta, cuando en el segundo piso de un pequeño departamento del barrio de Boedo, entre risas, discusiones, whiskies y cafés, Castillo, Liliana Heker, Bernardo Jobson y yo organizábamos el nuevo número de El escarabajo de oro.
En esta oportunidad, faltaron los whiskies, pero estaba Sylvia Iparraguirre, estaban los cafés y las mismas “discusiones babilónicas” de entonces. El método utilizado para preparar este libro fue idéntico al que utilizábamos para preparar nuestra revista, la más absoluta falta de método: a la hora de editarla, sobre una gran mesa desparramábamos el posible material, y luego elegíamos a nuestra mejor ver y entender. Hoy pienso que veíamos y entendíamos bastante bien: no en vano El escarabajo de oro se ha convertido en un referente obligado cada vez que se habla de los míticos sesenta.
Esta vez el material era el propio Abelardo Castillo. Había textos que se referían al escritor y al acto de escribir, había reflexiones sobre qué se debe entender por ética literaria y política, y postulados acerca del arte y la literatura. Esas páginas, casi todas inéditas, estaban dispersas en cajones y baúles; otras, en el interior del disco rígido de la computadora. Metí las manos en cajones y baúles, abrí cuadernos de caligrafía indescriptible y, por supuesto, entré a saco en el disco rígido. Encontré de todo, desde fragmentos de ensayos, notas y artículos, hasta desgrabaciones y charlas y apuntes de taller. Incluso me topé con el Diario que Castillo viene llevando desde los diecinueve años; algunas de esas páginas también figuran en este libro.
Al enfrentarnos con ese material descubrimos que han cambiado muchas de las cosas por las que hace tres décadas polemizábamos con los otros: también descubrimos que nuestro modo de ver el mundo sigue siendo esencialmente el mismo. Repitiendo aquel encuentro inaugural de hace ya tantos años, Castillo, en los intervalos, habló sin descanso. Yo me limité a discutir un poco y a escuchar mucho. Una noche, tuve la astucia de agenciarme un grabador: esas charlas ocasionales iban a estructurar definitivamente dos de las secciones del libro (”Escritores en persona”, “Irreverencias”); iban a ser, por decirlo de alguna manera, el corazón del volumen. Según el dictamen de Nietzsche que Castillo cita en una de estas páginas, su libro se construyó a sí mismo; yo fui algo así como un lector privilegiado, su primer lector. En definitiva, como alguna vez dijera Borges: “Leer, por lo pronto, es una actividad posterior a la de escribir: más resignada, más civil, más intelectual”.
Borges, ahora que me acuerdo, también dijo, citando a Quevedo: “Dios te libre, lector, de prólogos largos”. Este, creo, ya tiene una dimensión razonable.

Los papeles de Walsh: crítica a la conducción de Montoneros





Por: Hugo Montero, Ignacio Portela

Durante los últimos meses de su vida, Rodolfo Walsh ocupó parte de su tiempo en expresar críticas y una salida alternativa a la conducción de Montoneros. Enemigo del triunfalismo, el escritor manifestaba la gravedad de la situación con una lucidez que no compartía la dirección de la organización. Papeles urgentes que tenían como objetivo evitar el aniquilamiento de sus fuerzas, la lectura de los documentos revelan la coherencia y el compromiso de un revolucionario que intentaba comprender la raíz de una dolorosa derrota.
Nota y entrevistas: Hugo Montero e Ignacio Portela

1. Estaba solo. Sentado en un banco del Jardín Botánico. En camisa, con el saco en la mano. La mirada perdida en el cielo gris, que apenas dejaba filtrar unos rayos tibios de sol. En silencio. No había, a su alrededor, más que algunos gatos perezosos y el regular murmullo de los pájaros. Solo. La mirada perdida. El rostro marcado por la tristeza. Era a finales de 1976, cuando un amigo reconoció a Rodolfo Walsh sentado en un banco del Jardín Botánico. Había pasado lo de Paco. Había pasado lo de Vicky. Quizá, también, lo de Pablo y Mariana. Rodolfo Walsh estaba encerrado en su laberinto interior, de cara al cielo, cuando un amigo lo vio mal, “con una cara un poco desencajada”, diría después. Quiso acercarse, hablar con él, pensó en caminar hasta la esquina y meterse al Botánico por Malabia. Pero no se animó. “Me arrepentí. Me dio miedo”, contó, años después. No eran tiempos sencillos aquellos, cuando los encuentros casuales en una esquina podían resultar peligrosos.(1) Rodolfo se quedó solo. Con el gris marcado en los ojos, buscando un resquicio de sol entre tantos nubarrones.
2. Las primeras semanas después del golpe habían sido devastadoras para la organización. El cerco se estrechaba desde el interior hacia Buenos Aires, y la garra criminal de los militares parecía capaz de aniquilar cualquier estructura clandestina. Un día uno, al día después otro, los compañeros faltaban a las citas, se ausentaban de las reuniones, se esfumaban sin dejar rastro. Las caídas se sucedían y no había respuestas. La efectividad de los grupos de tareas en su faena asesina no dejaba célula de pie. Para octubre de 1976, el Consejo Ejecutivo Nacional de Montoneros había girado un extenso informe sobre resoluciones tácticas y estratégicas a cumplir por la militancia en sus frentes de trabajo.
En el detallado documento, se destacaba el fracaso del gobierno militar en su intento de apertura hacia los partidos políticos, la profundización de contradicciones internas en el seno de las Fuerzas Armadas y la carencia de reservas estratégicas del enemigo para persistir con la represión contra las masas y su vanguardia.
Sin embargo, y a pesar del diagnóstico optimista con respecto al desarrollo de una dictadura que contaba con la iniciativa táctica y un “claro avance militar” sobre las fuerzas propias, la conducción montonera aprovechó el informe para admitir problemas y fallas a nivel político y militar. “Las insuficiencias en la política de poder para las masas, el déficit de propaganda, el aparatismo, el militarismo y el internismo nos han impedido capitalizar hasta el momento, la hostilidad popular hacia la dictadura para convertirla en acumulación de fuerzas”, señalan como eje de la autocrítica. Un elemento recorre y se repite en cada página del informe: el “internismo”. La conducción evidencia en este aspecto una clave de la situación actual de sus fuerzas, a la vez que se hace eco y responde propuestas y críticas deslizadas por un sector de la organización. La Columna Norte, más precisamente, había insistido en su idea de descentralizar la organización y distribuir las finanzas en cada regional, para intentar preservar a los cuadros ligados a la militancia de base; aquellos más expuestos ante la represión. La respuesta fue exactamente lo inverso: centralizar aún mas el mando sin otorgar autonomía táctica y personificar la conducción a nivel popular bajo la consigna: “Firmenich conduce la resistencia”. Asimismo, también desaconsejaba suponer que el aparato partidario era “un espacio seguro para el repliegue del conjunto de las fuerzas propias” y recomendó para la preservación de la militancia “la mimetización en los niveles sociales más numerosos”. La propuesta era confundirse con la población a través de un mecanismo sencillo: “La pregunta que debemos formularnos para resolver cada uno de estos problemas es: ‘¿Cómo resolvería un obrero común esta situación?’...”
Este informe es el que provocaría la respuesta por escrito de Rodolfo Walsh (entonces Oficial 2° y encargado de tareas en Prensa e Inteligencia en Montoneros), a partir de la discusión en su ámbito de militancia. Fueron, en total, cinco documentos críticos enviados a la conducción nacional, con una distancia de seis semanas entre el primero de ellos, fechado el 23 de noviembre de 1976; y el último, del 5 de enero de 1977. A lo largo de esas seis semanas, los informes que después recibirían el nombre de Los papeles de Walsh, van agudizando la crítica desde resoluciones tácticas particulares y el señalamiento de diferencias con respecto a ciertas visiones estratégicas, hasta plantear de forma concreta una línea alternativa a nivel político para preservar a la militancia; además de proponer cambios en la estructura interna de la organización con el objetivo de evitar el aniquilamiento y buscar las raíces de los problemas que determinaron una lectura equivocada de la realidad por parte de la conducción. Si el primero de los documentos se plantea como un aporte a la discusión en el ámbito partidario, en el último se especifica que las divergencias y las dudas manifestadas no deben entenderse “como una forma de cuestionamiento, sino de diálogo interno”.
¿Se tratan, en definitiva, de documentos de ruptura? ¿Supo interpretar Walsh la opinión y el sentir de una porción importante de la militancia de base montonera? ¿Los papeles de Walsh constituyen un esbozo de plan alternativo del escritor, más allá de cuestiones tácticas; en oposición a la estrategia de la conducción nacional? ¿Generaron estas críticas el debate interno que pretendía provocar entre los militantes de la organización? ¿Respondió la conducción a las críticas allí expuestas? Esos han sido, a lo largo de décadas, algunos de los interrogantes que generó Rodolfo Walsh con sus aportes críticos en tiempos de un cerco criminal que se estrechaba cada día un poco más. Su validez, en todo caso y como primer aspecto a resaltar, no radica en la exactitud o no de su caracterización de la etapa o en la eficacia (incomprobable, por otro lado) de sus propuestas concretas para preservar a los cuadros; sino en la valentía y la coherencia de intentar ofrecer otra opción. De frente a una catástrofe a nivel nacional (y también personal), Walsh intentó “politizar” sus diferencias con muchas decisiones tomadas por la conducción y provocar un debate en tiempos en que cualquier diferencia era señalada como desviación; toda crítica, una tendencia a priorizar el “internismo” y cualquier duda, como signo inequívoco de debilidad ideológica.
3. En la primera de las críticas al informe de la conducción, Walsh reconoce coincidencias parciales con las rectificaciones allí expuestas, señala aciertos en algunos planteos y lo considera “un avance significativo para el conjunto”. También deja entrever su optimismo con respecto a las perspectivas de la lucha contra la dictadura: “Si corregimos nuestros errores volveremos a convertirnos en una alternativa de poder”.
Sin embargo, ya en el inicio de sus observaciones, especifica que las rectificaciones “son solo parciales” y que corresponde ahora “una autocrítica profunda sobre los errores que nos condujeron a la actual situación”. A partir de entonces, Walsh señala como primer punto, evitar confundir la situación política de entonces con una guerra colonial, como las desarrolladas por chinos o vietnamitas, donde la unidad del pueblo con su vanguardia surge de hecho, ante la amenaza del invasor externo: “Nosotros en cambio tenemos que empezar por ganar la representación de nuestro pueblo a partir de los elementos con que contamos”.
En segundo lugar, señala como falencia de la organización la decisión de abandonar la lucha interna dentro del peronismo para priorizar la estrategia militar por encima de la política y para dedicar la atención “a profundizar acuerdos ideológicos con la ultraizquierda”...
La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº65-Diciembre 2007