domingo, 26 de diciembre de 2010

Sobre política y lenguaje/2

Por George Orwell


Vicios de la escritura. 

En cada oración que escribe, un escritor cuidadoso se hace al menos cuatro preguntas, a saber:
¿Qué intento decir?
¿Qué palabras lo expresan?
¿Qué imagen o modismo lo hace más claro?
Esta imagen ¿es suficientemente nueva para producir efecto?
Y quizá se haga dos más:
¿Puedo ser más breve?
¿Dije algo evitablemente feo?

(Así terminaba la nota anterior, repito esto como una
introducción….)

Pero usted no está obligado a encarar todo este problema. Puede evadirlo dejando la mente abierta y permitiendo que las frases hechas lleguen y se agolpen. Ellas construirán las oraciones por usted, hasta cierto punto, incluso, pensarán sus pensamientos por usted y si es necesario le prestarán el importante servicio de ocultar parcialmente su significado, aun para usted mismo. A estas alturas, la conexión especial entre política y degradación del lenguaje se torna clara.
En nuestra época es una verdad general que los escritos políticos son malos escritos. Cuando no es así, el escritor es algún rebelde que expresa sus opiniones privadas y no la "línea del partido". La ortodoxia, cualquiera que sea su color, parece exigir un estilo imitativo y sin vida. Los dialectos políticos que aparecen en panfletos, artículos editoriales, manifiestos, libros blancos y discursos de los subsecretarios varían, por supuesto, entre un partido y otro, pero todos se asemejan en que casi nunca emplean giros de lenguaje nuevo, vívido, hechos en casa. Cuando un escritorzuelo repite mecánicamente frases trilladas en la tribuna -"bestial", "atrocidades", "talón de hierro", "tiranía sangrienta", "pueblos libres del mundo", "marchar hombro a hombro"- se tiene el extraño sentimiento de no estar viendo a un ser humano vivo sino a una especie de maniquí: un sentimiento que se torna más intenso en los momentos en que la luz ilumina los anteojos del orador y se ven como discos vacíos detrás de los cuales no parece haber ojos. Y esto no es del todo imaginario. Un orador que emplea esa fraseología ha tomado distancia de sí mismo y se ha convertido en una máquina. De su laringe salen los ruidos apropiados, pero su cerebro no está comprometido como lo estaría si eligiese sus palabras por sí mismo. Si el discurso que está haciendo es un discurso que acostumbra hacer una y otra vez, puede ser casi inconsciente de lo que está diciendo, como quien entona letanías en la iglesia. Y este reducido estado de conciencia, aunque no es indispensable, es de todos modos favorable para la conformidad política.
En nuestra época, el lenguaje y los escritos políticos son ante todo una defensa de lo indefendible. Cosas como "la continuación del dominio británico en la India ", "las purgas y deportaciones rusas", "el lanzamiento de las bombas atómicas en Japón", se pueden defender, por cierto, pero sólo con argumentos que son demasiado brutales para la mayoría de las personas, y que son incompatibles con los fines que profesan los partidos políticos. Por tanto, el lenguaje político está plagado de eufemismos, peticiones de principio y vaguedades oscuras. Se bombardean poblados indefensos desde el aire, sus habitantes son arrastrados al campo por la fuerza, se balea al ganado, se arrasan las chozas con balas incendiarias: y a esto se le llama "pacificación". Se despoja a millones de campesinos de sus tierras y se los lanza a los caminos sin nada más de lo que puedan cargar a sus espaldas: y a esto se le llama "traslado de población" o "rectificación de las fronteras". Se encarcela sin juicio a la gente durante años, o se le dispara en la nuca o se la manda a morir de escorbuto en los campamentos madereros del Ártico: y a esto se le llama "eliminación de elementos no dignos de confianza". Dicha fraseología es necesaria cuando se quiere nombrar las cosas sin evocar sus imágenes mentales. Veamos, por ejemplo, a un cómodo profesor inglés que defiende el totalitarismo ruso. No puede decir francamente: "Creo en el asesinato de los opositores cuando se pueden obtener buenos resultados asesinándolos". Por consiguiente, quizá diga algo como esto:

Aunque aceptamos libremente que el régimen soviético exhibe ciertos rasgos que un humanista se inclinaría a deplorar, creo que debemos aceptar que cierto recorte de los derechos de la oposición política es una consecuencia inevitable de los períodos de transición, y que los rigores que el pueblo ruso ha tenido que soportar han sido ampliamente justificados en la esfera de las realizaciones concretas.
El estilo inflado es en sí mismo un tipo de eufemismo. Una masa de palabras latinas cae sobre los hechos como nieve blanda, borra los contornos y sepulta todos los detalles. El gran enemigo del lenguaje claro es la falta de sinceridad. Cuando hay una brecha entre los objetivos reales y los declarados, se emplean casi instintivamente palabras largas y modismos desgastados, como un pulpo que expulsa tinta para ocultarse. En nuestra época no es posible "mantenerse alejado de la política". Todos los problemas son problemas políticos, y la política es una masa de mentiras, evasiones, locura, odio y esquizofrenia. Cuando la atmósfera general es perjudicial, el lenguaje debe padecer. Podría conjeturar -una suposición que no puedo confirmar con mis insuficientes conocimientos- que los lenguajes alemán, ruso e italiano se deterioraron en los últimos diez o quince años como resultado de la dictadura. (G.O. 1946)

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