jueves, 28 de mayo de 2009

San Pocho de Ludueña



Por Cristian Anderson

El “POCHO VIVE!” se respira como un sentimiento que se lleva en el corazón, y un grito que se lleva en los labios, ese ángel, que con su bicicleta todos los días, salía a predicar que otro mundo era posible, lo dejamos ir; pero a pesar de que el tiro fue a la garganta, no lo pudieron callar, al contrario, el “Pocho vive!” no solo se ve en las paredes de Ludueña, sino en cada joven que en su corazón sueña con querer compartir el riesgo de ser libre, eso si, es trabajo de hormiga pero nadie mejor apto que el Pocho para anunciarlo.
Mientras íbamos entrando en el barrio de Ludueña me advirtieron: “No vayas a hablar mal del Pocho acá porque se pudre todo”. Una advertencia que puede sonar a comentario, pero que en Ludueña es una realidad. Caminamos esos pasillos y entre el fueguito recién hecho para el asadito de domingo, el chamamé, la cumbia, los chicos jugando, Ludueña se iba preparando para un domingo más de lucha diaria. De a poco el joven que nos acompañó nos iba contando anécdotas del barrio, nos iba mostrando los centros comunitarios donde la gente misma se junta a entre mate y mate charlar de la vida, lucha, martirio de vivir en la Argentina que cada vez divide más la brecha entre ricos y pobres, pero bueno entre charla y camino llegamos a la Escuela Nº 1027 "Luisa Mora de Olguín" que de primera imagen me provocó mucha alegría saber que los chicos y chicas pueden estudiar, pero al verla y enterarme que ladrillo a ladrillo fue puesto por gente anónima que con su trabajo, su bolsillo y su admirable esperanza pudo construir no solo una escuela, sino un comedor, una casa, un punto de encuentro, un pequeña posibilidad para los que nunca se le ofreció una, en todo esto se convirtió esta escuelita que se encuentra ubicada a 1,30 m de las vías del tren, que a estas alturas juzgarla porque es peligroso sería ignorar la realidad de estas luchadoras personas, ya que no solo la escuela se encuentra ahí, sino la mayoría de las casas construidas no donde se deba, sino donde se pueda.
En fin Ludueña fue casa del Pocho, un educador que fue capaz de dar su vida por jóvenes que para el mundo no existen, pero que para el Pocho esos chicos eran el mundo.
Al llegar al centro comunitario “Sagrada Familia”, entre imágenes de Jesús y la Virgen, resaltaba un cuadro del Pocho que tenía escrito “San Pocho de Ludueña”, eso fue para la gente, un santo, un ejemplo, un amigo, un hermano y hoy nos deja la invitación de animarnos ser como esta gente, no pensar que las personas son causa perdida, a pensar que los jóvenes no son solo futuro, sino también presente, saber que la solución no es bajar la edad de imputabilidad para encerrarlos, sino levantar la cabeza y ayudarlos, apostar a la educación, a que todos tengamos una posibilidad… Es verdad, es trabajo de hormiga, pero “El Pocho” nos enseñó como, manos a la obra y “que en sumas y restas gane el mañana”, que como predicaba el Pocho “Construyamos un mundo donde quepan todos los mundos”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

que buen blog... actualizenlo mas seguido... quiero seguirlos mas a menudo, saludos adriana