Cuando Irak era Babilonia, manos femeninas se ocupaban de la mesa:
Que la cerveza
nunca falte,
la casa sea rica
en sopas
y el pan
abunde.
En los
palacios y en los templos, el chef era hombre. Pero en la casa, no. La mujer
hacía las diversas cervezas, dulce, fina, blanca, rubia, negra, añeja, y
también las sopas y los panes. Y lo que sobraba, se ofrecía a los vecinos.
Con el paso
del tiempo, algunas casas tuvieron mostrador y los invitados se hicieron
clientes. Y nació la taberna. Y fue lugar de encuentro y espacio de libertad
este reino chiquito, esta extensión de la casa, donde la mujer mandaba.
En las
tabernas se incubaban conspiraciones y se anudaban amores prohibidos.
Hace más de
tres mil setecientos años, en tiempos del rey Hammurabi, los dioses
trasmitieron doscientas ochenta y dos leyes al mundo.
Una de las
leyes mandaba quemar vivas a las sacerdotisas que participaran en las conjuras
de las tabernas.
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